¿Escribe el viento lo que canta en esas hojas sonoras sobre nuestras cabezas?
¿Escribe la mar sus gemidos en las playas?
De lo que se escribe, nada es bello;
lo más divino que hay en el corazón no sale de él jamás.
Las palabras de Alphonse De Lamartine provienen de una fuerza divina que interviene cuando el poeta se encuentra aletargado y la musa de la melancolía, cosa leve, alada y sagrada se presenta y, entonces, visualiza una imagen fugaz, que es como asomarse por un instante en la ventana que comunica con los sueños, ¡oh, enfermedad! ¡oh, melancolía! ¿qué sería del arte sin tu posión mágica? Así, Lamartine narra en esta historia publicada en 1848,
Raphäel —libro sellado de su memoria—, que bajo ese velo del olvido hay una muerta, y es su juventud, y agrega: ¡qué imágenes deliciosas y también qué penas sangrientas se reanimarán con ella! ¿En qué manos más piadosas podría yo colocar, para conservarlas algunos días, las cenizas aun calientes de lo que fué mi corazón? Hay sitios, climas, estaciones, horas, circunstancias exteriores tan en armonía con ciertas impresiones del corazón, que en ellos la Naturaleza parece formar parte del alma, y el alma, de la Naturaleza. Si separáis la escena del drama, y el drama de la escena, la escena se decolora y el sentimiento se desvanece. Los lugares y las cosas se unen con un lazo íntimo porque la Naturaleza es una en el corazón del hombre, como en sus ojos. Somos hijos de la tierra. La vida que corre en su sabia y en nuestra sangre es la misma. Todo lo que la tierra, nuestra madre, parece experimentar y decir a los ojos, en sus formas, en sus aspectos, en su fisonomía, en su melancolía o en su esplendor, repercute en nosotros mismos. No se puede comprender bien su sentimiento sino allí donde fue engendrado. Esta novela trata de la vida de un joven llamado Raphäel que se enamora de Julia, una mujer joven y huérfana que vivió hasta los dieciocho años en un convento y que al salir del mismo, para quedar protegida debía casarse y se casa con un hombre muy viejo, pero que la quería como a una hija. El destino y las condiciones en que Raphäel y Julia se conocen, los obliga a amarse de una manera platónica únicamente, como se sabe, todas las historias escritas en la etapa del romanticismo, tienen como característica principal los finales trágicos, por esto es que cuando el camino de estos dos jóvenes se ve libre de los obstáculos que les impide estar juntos, Julia muere a causa de una enfermedad y Raphäel unos años después también muere, pero de soledad y de tristeza. Para Raphäel era ella la poesía sin lira: desnuda como el corazón, sencilla como la primera palabra, ensoñadora como la noche, luminosa como el día, rápida como el relámpago, inmensa como el espacio. Joven, virginal, pura, ángel, amante y hermana a la vez, que diese su alma entera, su alma inviolable e inmoral, en lugar de sus encantos perecederos, a su hermano perdido y recobrado, joven, extraviado, errante también, como el hijo del relojero, por este mundo; abriendo a ese hermano, en vez de su casa y su jardín, el hogar luminoso de sus ternuras; purificándole con sus rayos; lavándole a sus manchas primeras con el agua de sus lágrimas; desilusionándole para siempre de toda otra voluptuosidad que la de una contemplación y una posesión interior; enseñándole a gozar de las mismas privaciones, mil veces superiores a las saciedades sensuales. Era el amor mismo, que no puede cansarse de mirar lo que admira, que no quiere dejar escapar una impresión, un cabello, una pestaña, un estremecimiento, un rubor, una palidez, un suspiro de lo que ama, para tener motivo de amar más y de arrojar con cada recuerdo un alimento más a la hoguera de entusiasmo en que él mismo goza de verse consumido! Mientras tanto, el rasgo distintivo del carácter de Raphäel era un sentimiento tan vivo de lo bello en la Naturaleza y en el Arte, que su alma no era, por decirlo así, sino una transparencia de la belleza material o ideal esparcida en las obras de Dios y de los hombres. Ello obedecería a una sensibilidad tan exquisita que, hasta que el tiempo consiguió amortiguarla un poco, fue casi enfermiza. Aludiendo a ese sentimiento que se llama la nostalgia del pueblo natal, decíamos que tenía la nostalgia del cielo. Amaba el bien tanto como la belleza; pero no amaba la virtud por ser santa, sino, sobre todo, por ser bella. Pero su destino humillado, ingrato y obscuro le retenía, a su pesar, en el ocio y la contemplación. Tenía alas que desplegar, pero no aire en su derredor para batirlas. Murió joven y devorando con los ojos el espacio sin haberlo recorrido. Su mundo fue un sueño.
Lamartine, tú profanas los misterios del corazón, esos tiernos enigmas de nuestra doble naturaleza que nunca deben presentarse al público. Dime, ¿por qué cometes esa falta? ¿lo haces por nutrirte de tus propios sentimientos? Piensa que estos te pertenecerán tanto menos cuanto más los des a conocer a los demás, ¿Lo haces, tal vez, por una ciega ambición de gloria? Nuestro amado autor, dejó en las páginas de
Raphäel, su alma misma, imborrable y profunda. Ambas obras:
Raphaël (1848) y
Graziella (1852), que recogen sus vivencias personales, son un símbolo de la literatura del romanticismo y ejemplo para futuras generaciones de poetas y escritores, sin embargo, su gloria no fue evocada en sus tiempos de plenitud, Alphonse De Lamartine terminó su vida en la pobreza, como tantos otros literatos, el 28 de febrero de 1869, en París. Ahora es considerado como el primer romántico francés, reconocido por Verlaine.
Graciela Mejía González
Ver: Graziella, Alphonse De Lamartine http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/06/graziella-alphonse-de-lamartine.html
Alphonse de Lamartine, el poeta de Dios, la naturaleza y el amor http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/01/alphonse-de-lamartine-el-poeta-de-dios.html
La obra maestra desconocida http://vieliteraire.blogspot.mx/2013/04/la-obra-maestra-desconocida.html
El secreto de los flamencos http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/el-secreto-de-los-flamencos.html
Los miserables, Víctor Hugo https://vieliteraire.blogspot.mx/2017/03/los-miserables-victor-hugo.html