Villiers De L´isle Adam
¿Saben los espíritus fuertes que se les llama así por ironía? ¿Puede haber en un hombre mayor debilidad que la de estar incierto del principio de su ser, de su vida, de sus sentidos, de sus conocimientos, y no saber tampoco cuál debe ser su fin? ¿Puede acaso tener un desconsuelo mayor que el de dudar si su alma no es materia como la piedra o el reptil, y si no es corruptible como estas viles criaturas? ¿No se encuentra más fuerza y más grandeza en admitir en nuestro entendimiento la idea de un ser superior que ha hecho a todos los seres y a quien todos se deben referir; de un ser soberanamente perfecto, que es puro, que no tuvo principio ni puede tener fin; de un ser retratado en nuestra alma que, como espíritu y como inmortal, me atrevo a decir es una porción de él?
Los hombres que tienen su corazón y su espíritu apagados a este mundo, a esta pequeña porción de la tierra que habitan, son tan reducidos como lo que ellos llaman sus posesiones o sus dominios, de que se cuentan las fanegas y se miden y demuestran los linderos; y nada estiman ni aman más allá. Así, pues, no me admira que apoyados en un átomo estos hombres que yo llamo mundanos, terrestres o groseros, vacilen en sus débiles esfuerzos para sondar la verdad: su limitada vista no puede penetrar al través de los astros hasta el mismo Dios; y sin conocer la excelencia de lo que es espíritu o la dignidad del alma, conocen todavía menos cuán difícil es satisfacerla, cuán inferior es la tierra comparada con ella, de cuánta necesidad viene a serle un ser soberanamente perfecto, que es Dios, y cuál es la que tiene de una religión que se lo indica y es la más segura garantía de su existencia. Al contrario, fácilmente comprendo que a semejantes espíritus les es natural caer en la incredulidad o en la indiferencia y pretender que Dios y la religión sirvan a la política.
Yo siento que hay Dios, y no percibo que no le haya: me basta, todo el raciocinio del mundo me es inútil: yo concluyo que Dios existe. Esta conclusión está en mi naturaleza; yo he recibido fácilmente sus principios en mi infancia y los he conservado después demasiado naturalmente para sospecharles falsedad. Pero hay espíritus que se deshacen de estos principios. Es un punto muy discutible que los haya; mas, aun cuando así fuese, esto probaría solamente que hay monstruos.
¡Qué placer el de amar la religión y verla acrecida, sostenida y exolicada por genios tan bellos y juicios tan sólidos, sobre todo cuando se llega a conocer que por la extensión de conocimientos, por la profundidad y la penetración, por los principios de la pura filosofía, por su desarrollo y su aplicación, por la exactitud de las conclusiones, por la dignidad del discurso, por la belleza de la moral y de los sentimientos, nada hay, por ejemplo, comparable a San Agustín, sino Platón y Cicerón.
El hombre por naturaleza es embustero. La verdad es sencilla e ingenua, y él gusta de lo especioso y del adorno; no le pertenece, viene hecha, por decirlo así, desde el cielo y en toda su perfección, y el hombre no ama sino su propia obra, la ficción y la fábula: ved al pueblo cómo levanta chismes, los aumenta y los abulta por necedad y por grosería: preguntad aun al hombre más honrado si se halla siempre la verdad en sus discursos.
Querer dar razón de Dios, de sus perfecciones, y, si me atrevo a hablar así, de sus acciones, es ir más lejos que los antiguos filósofos, que los apóstoles, que los primeros doctores; mas no es hallar lo que se busca, es cavar larga y profundamente sin encontrar el origen de la verdad. Desde que se han abandonado los términos de bondad, de misericordia, de justicia y de omnipotencia que dan de Dios tan altas y amables ideas.
Si Dios hubiese dejado a nuestra elección morir o vivir siempre, después de haber meditado profundamente lo que es no ver el fin a la pobreza, a la dependencia, al disgusto, de placeres ni de salud sino para verlas inevitablemente cambiarse en todo lo contrario, y verse hecho el juguete de los bienes y de los males por la revolución de los tiempos, no se sabría con facilidad a qué resolverse. La naturaleza, que nos fija, nos quita el embarazo de escoger, y la muerte que se nos hace necesaria es también suavizada por la religión.
Tampoco depende de mí, una vez que soy, dejar de ser: luego yo he comenzado y continúa mi ser por alguna cosa que está fuera de mí, que durará después de mí, y que es mejor y más poderosa que yo: si esta cosa no es Dios, que se me diga qué es. Puede ser que yo que existo, no exista sino por la fuerza de una naturaleza universal, que ha sido siempre tal como la vemos, subiendo hasta la infinidad delos tiempos.
¿Quién ha sabido acabar obras tan delicadas, tan finas, que se escapan a la vista del hombre y participan de lo infinito como los cielos, bien que en la opuesta extremidad? ¿no será este obrero el que ha hecho los cielos, los astros, estas masas enormes, espantosas por su magnitud, por su elevación, por la rapidez y la extensión de su carrera, y el que juega haciéndolas mover?
Del mismo modo en que el hombre tiene huesos en su interior como base y estructura para la carne, el mundo tiene rocas que son los soportes de la Tierra; y como el hombre tiene en su interior una reserva de sangre y sus pulmones se expanden y contraen cuando respira, la Tierra tiene el océano, que también sube y baja cada seis horas con la respiración del mundo. Y si el depósito de sangre procede de las venas que extienden sus ramificaciones a través del cuerpo humano, del mismo modo el océano llena el cuerpo de la Tierra con un infinito número de venas de agua.*
Es un hecho que el hombre goza del sol, de los astros, de los cielos y de sus influencias, como goza del aire que respira y de la tierra sobre la que marcha; y si fuese menester añadir a la certidumbre del hecho la conveniencia o la verosimilitud, aquí están enteras porque los cielos y todo lo que contienen no puede entrar en comparación en cuanto a la nobleza y dignidad con el menor de los hombres que habitan la tierra, y la proporción entre ellos y él es la que hay entre lo que es materia, incapaz de sentimiento y sólo una extensión según tres dimensiones, y lo que es espíritu, razón o inteligencia. Si se dice que el hombre no había menester tanto para su conservación, respondo que Dios no podía hacer menos para manifestar su poder, su bondad y su magnificencia, pues por más grande que viésemos cualquiera de sus obras él podía hacer otras infinitamente mayores.
Todo es grande y admirable en la naturaleza, nada se ve en ella que no esté marcado con el sello de su artífice: lo que se advierte algunas veces de irregular y de imperfecto, supone reglas y perfección. ¡Hombre vano y presuntuoso! haced un gusanillo como los que holláis con vuestro pie, como los que despreciáis. Tenéis horror al sapo; haced un sapo, si es posible. ¡Qué excelente el maestro que hace obras, no sólo de las que el hombre admira, sino de las que teme!
Cierta desigualdad en las condiciones, que mantiene la subordinación y el buen orden, es la obra de Dios o supone una ley divina; una excesiva desproporción, tal como la que se advierte en los hombres, es su obra o la ley de los más fuertes. Los extremos son viciosos y parten del hombre; toda compensación es justa y viene de Dios.
* Antigua tesis que habla acerca de que el hombre es un microcosmos del gran macrocosmos que es el universo.
Jean de la Bruyère (De los espíritus fuertes)
Ver: El aprendiz de Dios http://vieliteraire.blogspot.mx/2012/03/el-aprendiz-de-dios.html
De las artes imitables http://vieliteraire.blogspot.mx/search/label/De%20las%20artes%20imitables
La arquitectura divinizada http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/08/la-arquitectura-divinizada.html
Ahora escribo pájaros http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/11/ahora-escribo-pajaros.html
Ahora escribo pájaros http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/11/ahora-escribo-pajaros.html