El sol se acababa de ocultar tras las montañas por las que descendían, cuyas alargadas sombras se extendían por el valle, por sus rayos, asomando entre los riscos, tocaban con un tono amarillo las copas de los bosques que se extendían por el lado opuesto y en total esplendor sobre las torres y almenas de un castillo que asomaba sus extensas murallas por el borde del precipicio que había sobre ellos. El esplendor de todos estos aspectos iluminados se engrandecía con las sombras que envolvían el valle.
—Ahí —dijo Montoni, hablando por primera vez después de varias horas— está Udolfo.
Emily echó una mirada melancólica por la puesta del sol, la grandeza gótica de su arquitectura y sus muros de piedra gris oscura, le daban un aspecto sublime y sombrío. Según miraba, la luz se desvaneció de sus muros, dejando un tono púrpura, que hizo cada vez más oscuro con el fino vapor que despedía la montaña, mientras las almenas seguían teniendo su esplendor, pero de ellas también desaparecieron los rayos y todo el edificio se vio envuelto en la sombra solemne de la tarde. Silencio, soledad y sublimidad parecían ser los soberanos del paisaje, desafiando a todos los que se atrevieran a invadir su reino solitario. Según se oscurecía el crepúsculo, su silueta se hizo más tenebrosa. Mientras Emily contemplaba, se oyeron pasos al otro lado de la puerta y el ruido de los cerrojos, tras lo cual el viejo criado del castillo apareció, abriendo hacia dentro con fuerza las gigantescas hojas del portal, para dar paso a su señor. Cuando las ruedas de los carruajes corrían pesadas bajo el pórtico, el corazón de Emily se sumió en la desesperación y parecía que llegaba a su prisión; el tenebroso patio en el que entraron sirvió para confirmar la idea, y su imaginación, más despierta aún por las circunstancias, le surgieron más terrores de los que su razón hubiera podido justificar. Más cerca, hacia el oeste, se abría la visión de las montañas, que Emily había contemplado con sublime emoción al acercarse al castillo; una capa ligera de vapor, que surgía desde el valle, se extendía por todas partes con una tenue oscuridad. En su ascenso quedaba iluminada por los rayos del sol y adquiría un tinte de belleza exquisita que extendía por árboles y rocas, que sobrepasaba ascendiendo hasta las cumbres de las montañas. Varias veces se detuvo para examinar la gótica magnificencia de Udolfo, su orgullosa irregularidad, sus tremendas torres y almenas, sus ventanales cerrados por arcos, y las espigadas torres de observación que surgían en los esquinazos de las torretas. Se apoyó en el muro de la terraza y sintió un escalofrío al medir con la vista la profundidad del precipicio que se extendía hasta las copas de los árboles. Ann Radcliffe
La literatura de finales del siglo XVIII se caracterizó por la sensibilidad que se manifestó en el género de la novela sentimental, por ejemplo: Laurence Sterne «A Sentimental Journey» (1768) y Henry Mackenzie «The Man of Feeling» (1771) y en menor medida, el concepto también fue empleado en la novela gótica, aunque en un entorno muy diferente. Las novelas sentimentales en general cuentan con un ámbito familiar, mientras que la novela gótica se estableció por lo general en el lejano pasado medieval. Cuatro obras considero como supremas en la literatura gótica: «El castillo de Otranto» de Horace Walpole, 1764. «Los misterios de Udolfo» de Ann Radcliffe, 1794. «El monje» de Matthew Gregory Lewis, 1796 y «Melmoth el errabundo» de Charles Robert Maturin, 1820. Los misterios de Udolfo, fue publicada en el verano de 1794 en cuatro volúmenes. Lovecraft afirmó que Ann Radcliffe añadió un genuino sentido de lo sobrenatural, tanto en los escenarios como en los incidentes, que raya en la genialidad; cada pormenor de la ambientación y de la intriga contribuye artísticamente a crear la impresión de horror ilimitado que ella quería transmitir. Ann Radcliffe nació en Londres el 9 de julio de 1764 y murió el 7 de febrero de 1823. Su nombre real era Ann Ward. Entre sus mejores novelas están: A Sicilian Romance (1790), The Romance of the Forest (1791), The Mysteries of Udolpho (1794) y The Italian (1796).
Los misterios de Udolfo es una novela que debo considerar como el romance gótico por excelencia, con algunos tintes de terror psicológico; lóbregos escenarios, castillos remotos y ruinosos; acontecimientos aparentemente sobrenaturales; un villano melancólico y demente; y una heroína perseguida. Inicia el relato en el año 1584 en el sur de Francia y norte de Italia. Trata sobre una etapa de la vida de una muchacha huérfana, Emily St. Aubert, bella y dulce, con una figura delgada y graciosa. Su carácter es virtuoso, firme, sensible y decidido. St. Aubert, el padre de Emily, le advierte en su lecho de muerte que no debe ser víctima de sus sentimientos, sino que debe dominar sus emociones. Diciéndole: Deja que aquellos lamenten su condena, cuya esperanza sigue arrastrándose en esta oscura morada, pero las almas elevadas pueden mirar más allá de la tumba, pueden sonreír al destino, y sorprenderse de cómo sentirlo. La muchacha, impelida por su honor y por la promesa que hizo a su padre antes de morir de ser fiel a su familia, viaja hasta Italia con su tía (Madame Cheron) y el nuevo esposo de ésta (El Signor Montoni), un bandolero italiano. Se alojarán en el fastuoso castillo de Udolfo, propiedad de Montoni, donde acontecen múltiples fenómenos sobrenaturales, un fantasma y sepulcrales voces misteriosas. También el romance de Emily con un joven llamado Valancourt, el hermano menor del conde Duvarney, queda frustrado por Montoni. El contraste de las montañas y el castillo de Udolfo con el campo presenta el cuadro perfecto de la belleza y de lo sublime, de la belleza durmiendo en el regazo del horror. Y no sólo eso, sino que el pasado de su padre, hasta entonces desconocido para Emily, se irá revelando, la misteriosa relación entre su padre y la marquesa de Villeroi.
Si ustedes quieren saber cuál es uno de los misterios que guardan las paredes de Udolfo diré que en el lecho de muerte de la marquesa Laurentini, Emily se entera de la relación que existe entre ella, los Villeroi y su padre, St. Aubert: Laurentini di Udolfo era la única hija de sus padres y heredera de la antigua casa de Udolfo, en el territorio de Venecia. La muerte de sus padres el mismo año la dejó a su propia discreción, en las peligrosas circunstancias que rodean la juventud y la belleza, era señora de todas las artes de la fascinación. Su conducta era, como se podría esperar, consecuencia de la debilidad de sus principios y la fuerza de sus pasiones. Entre sus numerosos admiradores estaba el marqués De Villeroi. Pasaron varios meses en los que no tuvo noticia alguna del marqués De Villeroi, y sus días se vieron marcados a intervalos con el frenesí de la pasión y la tristeza de la desesperanza. Se apartó de todos los visitantes, y en ocasiones permanecía en su habitación durante semanas, negándose a hablar con cualquier persona, excepto con su criada favorita, escribiendo borradores de cartas, leyendo una y otra vez las que había recibido del marqués, llorando sobre su retrato y hablándole durante horas sin sentido, en reproches o en tono cariñoso, alternativamente. Durante este tiempo, la fantasía de Laurentini, ocupada incesantemente por una sola idea, se alteró, y todo su corazón, al estar dedicado a una sola persona, hizo que la vida le resultara odiosa cuando pensaba que lo había perdido. Se cruzaron muchas cartas entre el marqués y St. Aubert poco después de la muerte de su querida hermana, La marquesa de Villeroi, cuyo contenido es desconocido, pero hay razones para creer que se refería a la causa de su muerte; y éstos fueron los papeles, junto con algunas cartas de la marquesa en las que confiaba a su hermano las causas de su infelicidad, que St. Aubert había pedido solemnemente a su hija que destruyera. St. Aubert había ocultado cuidadosamente su historia y su nombre a Emily, cuya sensibilidad temía que se viera afectada al extremo de que había permanecido ignorante hasta entonces de que fuera familia de la marquesa De Villeroi, y por este motivo había suplicado el silencio de su única hermana superviviente, madame Cheron y el parecido entre Emily y su desafortunada tía había sido observado frecuentemente por Laurentini. La prosperidad está siempre en deuda con la desgracia. Los suntuosos estandartes de la familia Villeroi, que durante mucho tiempo habían dormido en el polvo, volvieron a ser exhibidos, ondeando en las agujas góticas de las ventanas recién pintadas; y la música se repitió en ecos por todas las extensas avenidas y columnas del vasto edificio.
Sin duda, lo mejor del libro lo encontramos en el exquisito gusto de la autora por las descripciones, especialmente las de los espacios naturales. Esta novela hace referencia a la sensibilidad (principalmente) surgida en la filosofía de principios del siglo XVIII, como se dijo. En esencia, se refiere a la respuesta emocional de una persona ante su entorno. Porque los que consideran que alguien posee un alto grado de sensibilidad con frecuencia experimentan reacciones intensas y abrumadoras dentro de su entorno, mientras que los que no tienen sensibilidad en gran medida son indiferentes al mismo. Se hace énfasis en las emociones frente al intelecto, y la sensibilidad a menudo ha sido considerada como una respuesta ante el racionalismo. Los críticos literarios están divididos sobre si la heroína de Udolfo, Emily St Aubert, podría ser considerado un personaje sentimental absoluto. Algunos expertos la describen como una heroína de refinada sensibilidad, en la que principalmente responde a las emocionalmente de su entorno, en lugar de hacerlo intelectualmente.
El padre de Emily muere relativamente pronto durante una escena clave que aborda explícitamente el concepto de la sensibilidad. Mientras que en su lecho de muerte, St Aubert advierte a su hija a "no caer en los peligros que se presentan en la sensibilidad excesiva. Los extremos opuestos del racionalismo y la emoción se invocan en el asesoramiento de St Aubert, en un diálogo que anticipa experiencias posteriores de Emily, y en particular sus aventuras en el castillo del mismo nombre. Una vez encarcelada en Udolfo, se hace imperativo para la protagonista aplicar la lógica y el razonamiento para sus predicamentos, a diferencia de hacer uso de la emoción. "La energía salvaje de la pasión, que inflama la imaginación de Emily, se detenía ante las barreras de la razón y vivía en su propio mundo. El aire la refrescó y continuó en el ventanal, mirando la escena llena de sombras, sobre la que los planetas ardían con una luz clara, entre el azul profundo del éter, según se movían silenciosas en su destino. Como cuando bajo el rayo de las lunas de verano, en medio de los bosques distantes, o por la riada, toda plateada con destellos, las dulces Hadas, corporeizadas, lanzan chorros de luz por el aire. Sin embargo no había un mar iluminado por la luna, ni alegres góndolas cruzando las olas, ni palacios, para cubrir de encantamiento la fantasía y despertar cuentos de hadas". Este fragmento de la novela nos revela el frágil, pero sublime aspecto de un alma sensible que quiere ser racional para no sucumbir en el engaño de la imaginación que sólo puebla la mente de fantasmas.
Emily, St. Aubert y Valancourt, son retratados como personajes muy emocionales con una afinidad con su entorno natural, Madame Cheron, Mons. Quesnel y el Signor Montoni, por otro lado, están tipificados como esencialmente urbanos y generalmente indiferentes a la naturaleza. La yuxtaposición de los espacios urbanos y rurales en Udolfo juega un papel importante en el manejo de la novela sensible. Basándose en las teorías rousseaunianas sobre la peligrosa influencia de las ciudades y una veneración de la naturaleza, Radcliffe interpreta la ciudad como un refugio del vicio —que temporalmente corrompe al impresionable Valancourt—. En realidad no cuentan con eventos sobrenaturales. El carnaval de las apariciones de testigos a lo largo de la novela son revelados como explicaciones perfectamente racionales. A este aspecto en particular se refieren las advertencias de St Aubert sobre los peligros inherentes cuando una señorita joven sucumbe a su sensibilidad. En la década de 1790, el concepto de sensibilidad fue puesto en entredicho, con su énfasis en el racionalismo.
Graciela Mejía González
Ver: El confesionario de los penitentes negros http://vieliteraire.blogspot.mx/2015/11/el-confesionario-de-los-penitentes.html
El subterráneo, Sophia Lee http://vieliteraire.blogspot.mx/2016/03/el-subterraneo-sophia-lee.html
El país de las tempijuelas http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/el-pais-de-las-tempijuelas.html
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El castillo de los Cárpatos http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/el-castillo-de-los-carpatos.html
Drácula, la personificación de una divinidad pagana maligna https://vieliteraire.blogspot.mx/2017/04/dracula-la-personificacion-de-una.html