No hay alfombras en el mundo, ni cortinajes de seda, ni tapices que valgan lo que vale un poco de afecto.
Todo el oro de la tierra no bastaría para comprar un solo latido del corazón o un rayo de ternura en la mirada.
La percepción de la naturaleza como un espacio virgen y salvaje que propiciaba el libre impulso del hombre es un tema que ya venía presentándose desde finales del siglo XVIII, pero se desarrolló plenamente en el Romanticismo. En este relato dramático, Graziella de Lamartine, podemos apreciar el valor concedido a la naturaleza. El relato empieza por un viaje que emprende a la edad de dieciocho años el protagonista desde una provincia francesa a Italia. Ya en la primera página Lamartine evoca paisajes ligados a su infancia y juventud, a vivencias autobiográficas y a lecturas. ¡Ah la gloria no se consigue sino despues de la muerte! La celebridad no es más que la gloria de un día, pero una gloria que no tiene mañana. Alphonse De Lamartine consolidó su gloria por esta novela y nos la legó para la posteridad. ¡Maravilloso poder de un libro que obra sobre el corazón de las mujeres con toda la fuerza de una realidad, y cuya lectura es un acontecimiento para la vida del corazón! Graziella fue publicada en 1852, narrada en medio de un paisaje paradisíaco, es una novela romántica-filosófica, en la que la intriga, genialmente dosificada, nos hace sentir la necesidad de continuar hasta el final sin detenernos, tal vez porque fue escrita en plena madurez intelectual de un genio, tal vez el último romántico. Como en casi todas sus obras, nos muestra su doble personalidad: por un lado todo lo que signifique belleza, ritmo, armonía, estética y por otro, nos golpea con todo aquello que representa tiranía, opresión, falta de libertad del individuo, el libertinaje de los poderosos, sin importar a quien golpea. La descripción de la Italia de campesinos y pescadores, de sus tareas en el mar o en sus jardines y viñedos, nos transmite unas pinturas fascinantes e insuperables. Esta novela trata en esencia que concebimos al ser por lo que nos deja entrever de sus entidades misteriosas; y no las poseemos sino en cuanto cada cual puede experimentarlas. El amor se encuentra entonces, cuando esas entidades misteriosas se muestran totalmente sin perder su encanto y su magia, sin embargo, la vanidad del hombre o la falta de experiencia le arroba la idea de que nunca amamos sin obtener una especie de dignidad por nuestra capacidad de admirar a una criatura tan excelente y digna; pero esta espléndida prodigalidad de la imaginación supone a menudo una ruina para el corazón y el amor se convierte en algo muy degradado; se conforma con satisfacciones meramente exteriores: una mirada, un roce de la mano, aunque sean accidentales, o una palabra amable —aunque sea pronunciada casi inconscientemente—, basta para su humilde existencia. ¡Vanidad, vanidad, tú pierdes los corazones! ¡Oh, si un suspiro más triste que el gemido de las aguas en este abismo, más ardiente que los rayos repercutidos hacia el cielo por esas rocas rojas de fuego, pudiera reanimarte!… Yo iría y lavaría tus bellos pies desnudos con mis lágrimas… ¡Tú me perdonarías y yo estaría orgulloso de mi rebajamiento por ti ante los ojos del mundo! Graziella, recoge las vivencias personales de nuestro autor, al margen de sus dotes administrativas, también sobresalió en el panorama literario por la delicadeza de sus versos y sus excepcionales representaciones de la naturaleza, como se mencionó. Y cuando describe el carácter de Graziella se expresa tan afablemente, al referirse que ella iba levantando uno a uno ante sus ojos todos los velos de su alma. Se mostraba, como ante Dios, en toda la desnudez de su candor, inocencia y abandono. El alma sólo para volcarse toda entera en otra alma, con ese inagotable murmullo que fluye de los labios torpes a expresar la inmensidad del amor y que terminan en balbuceos de sonidos inarticulados y confusos, como los besos de un niño que está durmiendo. Lamartine fue un hombre de altos y nobles ideales, los ideales del alma pura y noble, como lo expresa en un fragmento de esta novela: "Y, sin embargo, yo no tengo ninguna pasión en el mundo; pero el corazón no pesa nunca tanto como cuando está vacío… Estoy solo en el mundo de los sentimientos, así como en el mundo de la inteligencia y de la acción". Se dice que los poetas buscan el genio muy lejos, cuando reside en el corazón. Bastan unas notas muy sencillas, arrancadas piadosamente y al azar de este instrumento creado por el mismo Dios, para hacer llorar a todo un siglo y hacerse tan populares como el amor. Lo sublime cansa, lo hermoso engaña; sólo lo patético resulta infalible en arte. Quien sabe enternecer lo sabe todo. Hay más genio en una lágrima que en todos los museos y bibliotecas del universo. El hombre es como el árbol que es sacudido para que suelte sus frutos: no se conmueve jamás al hombre sin que sus lágrimas caigan. El final de esta novela es amargo porque Lamartine abre su corazón para explicar en su edad madura las fallas de su juventud: "No creía que se tratase de amor, porque no experimentaba ni inquietud ni celos ni apasionada obsesión. En vez de una dulce fiebre del alma y de los sentidos, me embargaba una deliciosa calma del corazón. No pensaba en amar ni ser amado de otra manera que aquella. Cuando encontré a Graziella era demasiado pronto; mi corazón estaba aún verde para amar. Después los corazones de las mujeres que he entrevisto eran vasos en los que el perfume natural se había evaporado y que sólo estaban llenos de vanidades, ligerezas, voluptuosidades, falsedades del amor al mundo, ese lazo del alma del cual me sentí vivamente hastiado. Hoy ya nadie me ama y yo no amo a nadie; estoy sobre la tierra como si no estuviera. El verdadero amor es el fruto maduro de la vida. A los dieciocho años no se le conoce; uno solamente puede imaginárselo. En la naturaleza vegetal, cuando los frutos llegan, las hojas caen; quizás ocurre lo mismo en la naturaleza humana. Así lo he pensado después muchas veces, cuando he tenido canas en la cabeza. Y me he reprochado no haber sabido apreciar entonces el valor de aquella rosa de amor. Pero a la sazón yo era sólo vanidad. La vanidad es el más necio y cruel de los vicios".
Graciela Mejía González
Ver: Raphäel, Alphonse De Lamartine http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/06/raphael-alphonse-de-lamartine.html
Alphonse de Lamartine, el poeta de Dios, la naturaleza y el amor http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/01/alphonse-de-lamartine-el-poeta-de-dios.html
La obra maestra desconocida http://vieliteraire.blogspot.mx/2013/04/la-obra-maestra-desconocida.html
Madame Bovary, Gustave Flaubert http://vieliteraire.blogspot.mx/2015/06/madame-bovary-gustave-flaubert.html