Haced morir, pues,
lo terrenal en vosotros: impureza,
pasiones desordenadas, malos deseos
y avaricia, que es idolatría.
Colosenses 3:5
Diríase que Dios, porque yo creo en Dios, se propuso estropear cuanto había hecho de bueno, agregándole algo que fuese horrible. Nos hizo el don del amor, que es la cosa más agradable que existe en el mundo; pero, pareciéndole demasiado hermoso y demasiado puro para nosotros, inventó los sentidos, esa cosa innoble, sucia, indignante, brutal: los sentidos; disponiéndolos de tal manera que pareciesen una burla, entremezclándolos con las inmundicias del cuerpo, para que no podamos pensar en ellos sin sonrojamos, ni hablar de ellos sino en voz baja. La horrible función de los sentidos está toda ella envuelta en vergüenza. Se esconde, subleva el alma, lastima los ojos y, desterrada por la moral, perseguida por la ley, no se realiza sino en la oscuridad, como si fuese un crimen. ¿Por qué constantemente deberíamos querer el bien, mientras que la Naturaleza sólo tiene que desearlo como compensación del mal que sirve a sus leyes? La Naturaleza, que tiene la acción perpetua por una de sus leyes, no podría sino encontrarse en competencia y oposición perpetua con Dios. ¿Pero, Dios y la Naturaleza son la misma cosa? ¿Creen entonces, por ejemplo, que la piedad que vincula al hombre con Dios, sería una virtud muy necesaria? Sí, yo sé de besos fríos y violentos sobre labios desconocidos, de miradas intensas y ardientes en ojos no vistos antes y que no volverán a verse jamás, y tantas cosas que yo no puedo decir, tantas cosas que nos dejan en el alma una amarga melancolía. La Naturaleza nos otorga el don de la caricia para ocultarnos su ardid, para obligarnos a eternizar las generaciones, a pesar nuestro. Pues bien: robémosela, hagámosla nuestra, refinémosla, transformémosla, idealicémosla, engañemos a nuestra vez a la engañadora Naturaleza, vayamos más allá de lo que ella quiso, más allá de lo que pudo o se atrevió a enseñarnos. Hagamos de la caricia una materia preciosa que ha salido en bruto de la tierra; apoderémonos de ella para trabajarla y perfeccionarla, despreocupándonos de las finalidades primitivas. Amemos la caricia como amamos el vino que embriaga, la fruta que perfuma la boca, como todo lo que impregna de dicha nuestro cuerpo. Amemos la carne porque es bella, y tersa, mórbida y suave, delicia de los labios y de las manos. La caricia sustituye a todo, lo cura todo, consuela todo. Y como el pensamiento es lo que poetiza todo, poeticémosla, hasta en sus brutalidades terribles, en sus combinaciones más impuras, hasta en sus hallazgos más monstruosos. La vida, según Sade, era la búsqueda del placer, y el placer era proporcional a la destrucción de la vida. Desde siempre, un principio de divinidad ha fascinado y atormentado a los hombres: reconocen, tras los nombres de divino, de sagrado, una especie de animación interna, secreta, un frenesí esencial, una violencia que se apodera de un objeto, consumándolo como el fuego y llevándolo sin demora a la ruina. La cosa creada no puede ser igual al agente que crea: ¿es posible que el reloj sea el relojero? La Naturaleza no es nada, es Dios quien lo es todo. ¡Otra tontería! Necesariamente ha de haber dos cosas en el universo: el agente creador y el individuo creado. Ahora bien, ¿cuál es ese agente creador? Tal es la única dificultad que hay que resolver: ahí tienes la única cuestión que hemos de contestar. Hablando en términos de pureza, varios de los escritos del romanticismo están llenos de esa trascendencia espiritual que se manejaba a través de la moral, pero para poder hacerla evidente, los escritores recurrían a los actos opuestos y estos son vistos como pasiones humanas, que poco han cambiado a lo largo de la historia. ¿Qué sería del hombre si no hierve por dentro con sus pasiones? Un ser inanimado, seguramente. La religión se esfuerza ciertamente en glorificar al objeto sagrado y en hacer de un principio de ruina la esencia del poder y de todo valor. Desde el punto de vista de Sade, es la materia la fuerza imperante que el hombre tiene también en sí mismo para actuar y no necesita de un agente extraño para poder lograrlo. El agente extraño al que se refiere es Dios, entonces Dios y la Naturaleza son dos cosas distintas. Así, el hombre actúa bajo los impulsos de la Naturaleza, a pesar del temor que impone la religión. Si la materia actúa, se mueve, por combinaciones que nos son desconocidas; si el movimiento es inherente a la materia, si ésta sola, en fin, puede, debido a su energía, crear, producir, conservar, mantener, equilibrar en las llanuras inmensas del espacio todos los globos cuya vista nos sorprende y cuya marcha uniforme, invariable, nos llena de respeto y de admiración, ¿qué necesidad habrá de buscar un agente extraño a todo esto, puesto que esa facultad activa se encuentra esencialmente en la Naturaleza misma, que no es otra cosa que la materia en acción? En nuestra actualidad se habla de libertad en casi todos los aspectos, pero ¿realmente el hombre ha dejado de temer a Dios? La fuerza imperante de la Naturaleza es un monstruo gigante que está en constante equilibrio y desde mi punto de vista, el hombre debe hacerse uno con la Naturaleza para que exista dicho equilibrio. En el siglo XIX, la sociedad era la que imponía las leyes, pero más temible era el hombre, pues, es en el cerebro, donde los grandes pecados del mundo suceden. Las palabras son el sustituto de todos los actos, pero qué bien se siente uno fornicando de esa manera, no ultrajando el cuerpo, ¿pero la mente si y eso también es un pecado? El cuerpo no es para fornicar, sino para servir al Señor; y el Señor, para santificar el cuerpo. Huyan, por lo tanto, de la fornicación. Cualquier otro pecado que cometa una persona, queda fuera de su cuerpo; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo. La fornicación es un pecado tan grave como el aborrecer a Dios. La fornicación es un acto que condena la pureza del ser humano. Entonces, si el acto de fornicar es un acto de libertinaje, un atentado contra la ética o la moral de quien abusa de su propia libertad, ¿entonces en dónde queda la libertad de seguir los impulsos que dicta la Naturaleza? La Biblia condena el sexo prematrimonial, ¿cómo evitar, entonces, la fornicación? Bíblicamente hay sólo dos maneras: o abstenerse por completo de las relaciones sexuales; o casarse, sin embargo, la virtud no es más que una quimera, cuyo culto sólo consiste en rebeldías sin número contra las inspiraciones del temperamento. Según Oscar Wilde, los hombres se han olvidado de la mayor de todas las obligaciones, la propia. Claro que son caritativos, alimentan al hambriento, y visten a los mendigos. Pero su propio ser está famélico y desnudo, porque tal vez nunca tuvimos valentía, sin embargo, el terror a la sociedad, que es la base de la moral, el terror a Dios, que es el secreto de la religión, son las dos cosas que nos gobiernan. Y aún así, creo que si un hombre viviera su vida completamente y hasta el límite, si le diera forma a cada sentimiento, expresión a cada pensamiento, realidad a cada sueño, el mundo alcanzaría un impulso tan fresco de alegría que olvidaríamos todo lo malo. Pero hasta el hombre más valiente tiene miedo de sí mismo. Se ha dicho que los mayores acontecimientos del mundo suceden en nuestro cerebro y es en el cerebro, y sólo en él, donde los grandes pecados del mundo suceden. He aquí que mientras más se prohibe, más se desea, más se obsesiona uno con una idea. La mente se enferma y el alma se encadena. Cuando el deseo no se centra en la posesión material, se puede trascender sexualmente. Ahora bien, si está demostrado que el hombre sólo debe su existencia a los planes irresistibles de la Naturaleza; si está demostrado que ese Dios es el autor y fabricante único de todo lo que vemos, si está probado que la existencia de ese Dios es imposible; si es cierto, suponiendo que ese ser inerte exista, como las religiones nos lo pintan, sería con toda seguridad el más detestable de los seres, puesto que permite el mal sobre la tierra cuando su omnipotencia podría impedirlo; ¿creen entonces, que la piedad que vincula al hombre con ese Creador, sería una virtud muy necesaria?
Graciela Mejía González
Ver: La imagen del vicio y la virtud en la literatura decimonónica http://vieliteraire.blogspot.com/2012/05/la-imagen-del-vicio-y-la-virtud-en-la_5969.html
Madame Bovary, Gustave Flaubert http://vieliteraire.blogspot.mx/2015/06/madame-bovary-gustave-flaubert.html
Naná http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/nana.html
¿Qué es el amor? http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/02/que-es-el-amor.html
Relato erótico 1 http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/relato-erotico-1.html
Relato erótico 2 http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/relato-erotico-2.html
El inmortal apetito de lo bello http://vieliteraire.blogspot.mx/2017/02/el-inmortal-apetito-de-lo-bello.html