Madame Bovary, Gustave Flaubert

¡Oh, tú!, que no hallas lugar para el asilo de tus sueños y en sus vivas aguas no aparece en las auroras tras haber caminado tanto bajo duras estrellas, viajero feliz al partir y ahora entristecido. —Corazón hecho para exilios diferentes a éstos cuya amargura compartes con pérfidos hermanos—, ¡oh, tú!, ¡mira! ¡Aquí es posible sentarse sobre la piedra de la melancolía!¡Aquí los sueños muertos resucitan adelantándose a los momentos de la tumba!

Esta novela apareció en la Revue de París, por entregas entre el primero de octubre y el 15 de diciembre de 1856. Lo obra le costó a Flaubert un proceso por inmoralidad entre enero y febrero de 1857, en el que logró la absolución ante el mismo tribunal que más tarde condenaría por el mismo motivo a Charles Baudelaire por Las flores del mal. Algunos pasajes de Madame Bovary fueron juzgados como demasiados licenciosos y ciertas situaciones intolerables. La controversia judicial incluyó la hipócrita requisitoria del abogado Pinard y la generosa defensa de Marie-Antome Jules Senard, a quien Flaubert en prueba de agradecimiento dedicó su obra.
La novela comienza con Charles Bovary, quién tras grandes esfuerzos sus padres lograron que estudiara medicina, y, una vez finalizada la carrera y haberle hecho médico de la ciudad de Tostes, su madre vio que era preciso buscarle una mujer. Y la encontró. Era la viuda de un ujier de Dieppe, que tenía cuarenta y cinco años y mil doscientas libras de renta. Así Charles se casó con Héloise, que aunque era fea, no carecía de pretendientes para elegir. A la muerte de Héloise, Charles comenzó a frecuentar la granja del señor Rouault. Con el fin de ver a su hija Emma, a quién había visto en cierta ocasión, a raíz de una pierna fracturada de uno de los trabajadores de su granja. Al poco tiempo Emma y Charles se casaron. Emma había sido educada como una señorita en un convento; rechaza la vida tal como es y la desea como la describen los poetas. Se emborracha de palabras, cree en las pasiones eternas, se ve viviendo en castillos como en las novelas de Walter Scott, y está necesidad de evasión, de exotismo, de humo, es el romanticismo del que Flaubert estaba hastiado. A pesar de todo, Emma quiso proporcionarse un amor, en la medida de sus posibilidades, que estuviera de acuerdo con las teorías que ella consideraba como buenas, y a la luz de la luna, en el jardín, le recitaba a Charles todas las apasionados rimas que conocía, contándote también entre suspiros, melancólicas canciones. Pero después de ello, Emma percibía el menor cambio en el vivir cotidiano, ya que a Charles no parecían conmoverle en lo más mínimo aquellos exuberancias sentimentales de su mujer. Una vez que estos nuevas tentativas convencieron a Emma de su inutilidad para arrancar la menor chispa del corazón de su mundo, e incapaz por otro parte de comprender lo que el experimentaba, acabó por persuadirse de que la pasión de Charles, no tenía nada de exorbitante. Había metodizado éste de tal forma sus expansiones, que la besaba siempre a las mismos horas, lo cual se había convertido en una costumbre más entre muchas otras, convirtiéndose en uno especie de postre previsto para después de la monotonía de la comido. El enamorado marido y la sencillez de su vida deja insatisfecha a la mujer; ni siquiera el nacimiento de una niña llenó el vacío. La niño fue bautizada con el nombre de Berthe, por decisión de Emma. Aparece León Dupuis, pasante del notario Guíliumin, León, de cabello rubio y muy apuesto, no tarda en despertar el interés de la esposa del médico. Cuando León Dupuis pretende el amor de Emma, ésta, a pesar de que ya en sueños ha sentido los labios del pasante de notario, lo rechaza. Ello lo desea pero algo en su interior le dice que no. León parte a París, luego de ser despedido por su ex patrón Guillaumin y por el farmacéutico Homais. Ella llegó a maldecirse por no haber llegado a gozar del amor con León, sintió sed de sus labios y dejó inundar por el deseo de correr en busca suya para arrojarse en sus brazos y decirle "¡Aquí me tienes, soy tuya para siempre. Sin embargo, las dificultades de la decisión no se le ocultaban a Emma pero sus deseos, que se acrecentaban con el se hacían más vivos también según pasaban los días. El recuerdo de león fue el centro de su desdicha y chispeaba con más fuerza y vigor que la lumbre encendida. Emma se abalanzaba sobre aquel recuerdo ardiente, soltaba sobre él, y removía delicadamente aquel rescoldo que no ignoraba que acabaría por extinguirse. Con su partida la vida de Emma se cubrió de nostalgia pero después de un tiempo aparece en escena un hombre muy refinado y elegante llamado Rodolphe Bulanger, que se siente cautivado por Emma, al igual que esta por él. El adulterio se produce; Emma ha dado el primer paso, el que arrastrará a Charles hasta la miseria económica y espiritual. Rodolphe la conquista fácilmente, la inicia en el amor tan ansiado y le hace creer que se ha realizado su sueño. Para despedirse, necesitaban los dos amantes un cuarto de hora, por lo menos. En aquellos momentos, Emma se deshacía en lágrimas, pues no hubiera querido nunca separarse de Rodolphe. Había algo más fuerte que ella que la empujaba hacia él. Los temores de Rodolphe fueron invadiendo a Emma paulatinamente. En un principio la embriaguez amorosa no la dejaba pensar en nada. Pero ahora que aquel amor le resultaba indispensable para su vida, temía perderlo. Al regresar de casa de Rodolphe, lanzaba inquietas mirados a su alrededor, espiaba todo lo que surgía en el horizonte, así como cualquier ventana sobre lo que pudiese haber alguien que la viera. Llega el momento en que Emma ya no resiste mas esa doble vida y es cuando se decide a abandonar a Charles. Se lo hace saber a Rodofphe, La pequeño Berthe también escapará con ellos, Rodolphe prolonga muchas veces la partida, lo cual no hace más que aumentar la angustia de Emma. Llegado el día Rodolphe envía una carta a Emma donde le manifestaba que donde fueran, seguro los seguirían, y sufrirían las preguntas más indiscretas, la calumnia, el desdén incluso el desprecio. En un cesto lleno de albaricoques, escondió la carta y se la envió con Girad, su criado. Emma casi muere de dolor; luego se repone, e incluso pasa por una breve crisis de romanticismo. Al poco tiempo vuelve a aparecer León Dupuis. Ahora mas atrevido, y aunque ella se resiste, no tarda en entregarse a él. Para rodearse de lujo y poder mantener esta relación, Emma se endeuda poco a poco. Un usurero, después de haberla favorecido, quiere ser pagado. Todas las pertenencias de los Bovary son inventariadas por el embargo, sin que Charles se entere. Inútilmente acude a León. Quién no ve las horas de deshacerse de su candorosa amante. Rodolphe también le da la espalda, cuando Emma acude a su primer amante. ¡Oh!,¡qué dificultad! Por otra parte, nada valía la pena de una búsqueda; ¡todo era mentira! Cada sonrisa ocultaba un bostezo de aburrimiento, cada alegría una maldición, todo placer su hastío, y los mejores besos no dejaban en los labios más que un irrealizable deseo de una voluptuosidad más alta. Habla con Lheureux, pero éste le dice que nada se puede hacer si no tiene los ocho mil francos a los que asciende la deuda. A solicitud de su criada Felicite que sufría al ver a Emma tan angustiada por su situación, Emma fue a hablar con monsieur Guilloumin. Este que estaba al tanto de todo lo acontecido lo escuchó atentamente, luego a manera de reproche, le increpo el no haberle confiado sus transacciones comerciales, mucho antes de la catástrofe que se hollaba inmersa. Luego le dijo a Emma tomándola por la cintura, que estaba loco por ella. Emma indignada se marchó raudamente, Con ayuda de Justino criado del farmacéutico Homais, logra introducirse en la farmacia de éste. Coge un frasco con arsénico y ahí ante el criado, comienza a ingerirlo. Cuando Charles, atónito por la noticia del embargo, había regresado a casa, Emma acababa de salir. Emma vuelve, pero ahora sabía que quella felicidad, sin duda, era una mentira imaginada por la desesperación de todo deseo. Conocía la pequeñez de las pasiones que el arte exageraba. En su lecho agónico Emma es perdonado por el herido Charles. El amor de Charles hacia su mujer es incondicional, y ella logra entenderlo así, Emma muere rodeada de su marido, el farmacéutico Homais, su criada Felicite, el cura monsieur Bournisten y el famoso doctor Lariviére; éste último al verla dictaminó que ya no había que hacer. No sufría más que por su amor, y sentía que su alma la abandonaba por este recuerdo, como los heridos que agonizan sienten que la vida se les va por la herida que les sangra.
Flaubert despreciaba profundamente su época. Y no sólo por un sentimiento de repulsión personal o de resentimiento. La nación que había enseñado al mundo el lema de Libertad, igualdad, fraternidad, también podía ser la más frívola y egoísta. Su odio se dirigía contra la tontería reinante de la vida en la Francia de la segunda mitad del siglo XIX, y sobre todo por la muerte progresiva del romanticismo, superada en ese momento por el auge del capitalismo, es decir, el triunfo de la vida material sobre la espiritual y Madame Bovary es un vehículo para expresar ese disgusto. Emma confundió la realidad con sus sueños y por eso le fueron cortadas las alas. Sin embargo, Flaubert defendió este comportamiento adultero en Emma porque el tuvo en su vida una amante, sin embargo, al mismo tiempo ella representa el lado vulnerable del romanticismo que él odiaba, el idealismo.
Pero un hombre, al menos, es libre; puede recorrer las pasiones y los países, atravesar los obtáculos, gustar los placeres más lejanos. Pero a una mujer esto le está continuamente vedado. Fuerte y flexible a la vez, tiene en contra de sí las molicies de la carne con las dependencias de la ley. Su voluntad palpita a todos los vientos; siempre hay algún deseo que arrastra, pero alguna conveniencia social que coarta. Así, el hombre que pretende a una mujer, que la enamora, que la consigue, contrae un sagrado compromiso. Naturalmente, cuando se trata de una mujer digna y no de una mujer fácil y casquivana. El matrimonio, que tiene mucha importancia social, un gran valor legal, a mi juicio, vale poco, moralmente, por las condiciones que lo determinan. Cuando una mujer, cuyo corazón es libre, siente cariño por un hombre y se hace suya, ese hombre se compromete más en ese mutuo consentimiento que formalizando legalmente un matrimonio. Y si ella y él son personas honradas, la unión debe ser más íntima y estrecha que si la consagraran todas las ceremonias. En tales circunstancias, la mujer se arriesga mucho. Y, porque no lo ignora, porque lo da todo, su corazón, su cuerpo, su alma, su honor, su vida; porque se ha resignado a sufrir todas las miserias y todas las derrotas; porque realiza su amor heroicamente; porque se ha resuelto a desafiar el desprecio del mundo, ¡es digna de respeto!
Emma Bovary era un ser que sobrepasaba la moral de su época, pero no porque fuera precisamente inmoral, sino porque era un ser que captaba la vida con intensidad. El amor, creía ella, debía llegar de pronto, con grandes destellos y fulguraciones, celeste huracán que cae sobre la vida, la trastorna, arranca las voluntades como si fueran hojas y arrastra hacia el abismo el corazón entero. No sabía que, en la terraza de las casas, la lluvia hace lagos cuando los canales están obstruidos y hubiese seguido tranquila de no haber descubierto de repente una grieta en la pared. Pero mientras que más allá se extendía hasta perderse de vista el inmenso país de las felicidades y de las pasiones. En su deseo confundía las sensualidades del lujo con las alegrías del corazón, la elegancia de las costumbres con las delicadezas del sentimiento.
¿No necesitaba el amor como las plantas tropicales unos terrenos preparados, una temperatura particular? Los suspiros a la luz de la luna, los largos abrazos, las lágrimas que corren sobre las manos que se abandonan, todas las fiebres de la carne y las languideces de la ternura.

Graciela Mejía González

Ver: Naná   http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/nana.html
Naná o la mujer ante el espejo, Édouard Manet  http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/nana-o-la-mujer-ante-el-espejo-edouard.html
La imagen del vicio y la virtud en la literatura decimonónica  http://vieliteraire.blogspot.com/2012/05/la-imagen-del-vicio-y-la-virtud-en-la_5969.html
Los miserables, Víctor Hugo  https://vieliteraire.blogspot.mx/2017/03/los-miserables-victor-hugo.html
La belleza inútil   https://vieliteraire.blogspot.com/2018/06/la-belleza-inutil-guy-de-maupassant.html