La melancolía

Escrito sobre los corrompidos fantasmas que rondaban la mente de Erzsébet Báthory

La melancolía es un estado del alma, que es característico de las personas cuyo pensamiento tiende hacia lo profundo, siguiendo las causas y la conexión de las cosas. En lo íntimo de su corazón se encuentra un cierto llorar interno que es un profundo y vivo impulso que el melancólico siente en sí hacia Dios y lo eterno, y al cual no puede corresponder atado como está a la tierra por el peso y las cadenas de la materia. Es más bien reflexivo y cauto en él se nota una marcada inclinación a la quietud, revela su interior con suma reserva y contemplando las cosas terrenas, piensa en lo eterno; caminando en la tierra, el cielo le atrae.

Valentine Penrose afirma que la melancolía fue el mal, la atmósfera misma del siglo XVI y Erzsébet la respiraba mezclada con el resto de la barbarie carolingia de la Hungría de la época, con la crueldad de los turcos, con la brutalidad feudal. En otros lugares, se daba en abundancia lujuria, muerte y sangre. Por todas partes decapitaban, asesinaban a reinas y favoritos. El teatro rebosaba crímenes y los libros, lujuria; gozaban violentamente de la vida, aceptándola en su totalidad, en su contradicción; ello es la causa de tanta magia siempre orientada hacia el amor que saborea y perpetúa, y hacia el crimen que transmite al vivo, de forma invisible, las fuerzas del muerto; a menos que el terror no materialice más que su fantasma. No fue ése el caso de Erzsébet. Alejandra Pizarnik describe a La condesa sangrienta como la sombría y hermosa dama que se parece a la alegoría de la melancolía que muestran los viejos grabados; en su época una melancólica significaba una poseída por el demonio. Qué otra cosa es la mujer sino un enemigo de la amistad, un castigo insoslayable, un mal necesario, una tentación natural, un peligro doméstico, una maldición de la naturaleza pintada con colores hermosos. Erzsébet, tenía esa forma de mirar inaccesible y huidiza, que se posa en misteriosos rincones para no quedarse en ningún lugar. La inmensa mirada lejana que pareciera venir del fondo del orgullo‚ es una descripción crudamente poética de la soledad narcisista que la poblaba.
La melancolía fue el mal del siglo XVI, como se dijo y según el filósofo y médico persa Avicena, era causa de tristeza, soledad, sospechas y temor que da a los seres largos, penosos y corrompidos fantasmas. Hoy, cinco siglos más tarde, cita Emilce D. Bleichmar, cabría preguntarse qué causas provocan esa melancolía. Las reflexiones de Penrose la colocan en una atmósfera de barbarie, brutalidad y crueldad con las que se atropella la autonomía de las personas. Arieti corrobora estas ideas afirmando que sólo una fe fanática podía neutralizar la tristeza y la desesperación que el despótico poder feudal provocaba, entre otras cosas reivindicando las ideas de pecado y expiación y despreciando la vida terrena. En ese Medioevo prolongado en el que transcurrió la vida de la Condesa, estaba prohibida la expresión de sentimientos agresivos. Cuando ellos se exteriorizaban, esa conducta era entendida como un acto de rebeldía contra el poder divino. De allá también las acusaciones de brujería o de posesión demoniaca que sufrían los rebeldes. La situación política y social del siglo XVI condicionaba a enfermar de melancolía, ya que la atmósfera era de opresión. Paralelamente, en esa época de la historia hubo no solo un atraso sino un retroceso en las investigaciones científicas. La inquisición acusó de hereje a Galileo y trató de posesos a los enfermos mentales. El ataque al conocimiento se encarnó en una institución, la Iglesia católica, que se hizo dueña del poder intelectual y político, además del económico.
Pero el dogmatismo y la prohibición de pensar no han quedado relegados a la edad media. Lamentablemente, persisten en nuestros tiempos, disfrazándose a veces, incluso, de ciencia. Es que cuando rige un sistema autoritario, todo pensamiento que lo contradiga es acusado de subversivo. Y este problema del dogmatismo se agrava todavía más cuando se combina con una actitud individual de sumisión. En ese caso, la melancolía trata de ser una salida. Pretende luchar, como denuncia, contra la colonización del mundo interno. Sin embargo, es una resignación, un no seguir luchando. Efectivamente, ella se constituye en el mal del siglo XVI y es la enfermedad de cualquier época en la que domine el autoritarismo.
Eran los tiempos de la caza de brujas y de concepciones medievales que se prolongaban en el país de Erzsébet. Era la época de un renacimiento en el que, a pesar de su resplandor, como dice Erwin Ackerknecht, la degradación de la psiquiatría persistió. Durante la edad media la medicina fue fragmentada. La cirugía estaba en manos de barberos y la psiquiatría en poder de sacerdotes exorcizadores y perseguidores de hechiceros. Lo poco que sabían los griegos se perdió y los enfermos mentales fueron considerados seres posesos por el diablo o por malos espíritus. En las postrimerías del siglo XV apareció un infame manual para perseguidores de brujos: el Melleus Malleficarum (El martillo de las brujas). Sus autores, los dominicos Heinrich Kramer y Jakob Sprenger, sostienen que la brujería es más natural en las mujeres que en los hombres, a causa de la inherente maldad que, en sus corazones, ellas poseen.
La Condesa Báthory era una mujer y por ello no fue vista. Ni su madre, ni su suegra, ni su marido repararon en ella. En este sentido, las ideas de Winnicott cuando enfatiza el papel del rostro de la madre como precursor del espejo, nos sirven para comprender lo que a Erzsébet le sucedía: se miraba pero no se veía a sí misma. Porque cuando un niño no puede verse en los ojos de su madre, tampoco podrá verse en ningún otro espejo. Pero qué fría morada la mirada de una madre que no ve a su hijo. Verlo significa reconocer su existencia; no verlo, negársela.
Así describe Penrose en su novela el estado de ánimo de su protagonista: Erzsébet volvía al palacio en que, veinte años antes, solía engalanarse tanto para brillar en las fiestas de la Corte. ¿Quién, pues ahora, habría querido recibir de buen grado a esta Condesa aterradora? Recorriendo las tristes estancias, acudiendo a sus espejos, buscándose en su retrato, bella pero no deseada, incapaz de amar y, no obstante, inmutablemente hecha para agradar, Erzsébet volvía una y otra vez al dominio profundo en que siempre se sigue siendo rey de la propia fantasía. Con desesperación, se lanzaba hacia la fuente de las cosas, puesto que las propias cosas no querían nada de ella. Había un comportamiento, ya bailase, ya comiese, ya estuviese presente sin más, una extraña ausencia, un halo de hosca soledad que no podía explicar sólo su viudez. Viviendo el claro de luna que de ella brotaba, granate y blanca y sellada con blasones de dientes de lobo, erraba por el calvero inundado de la negra luz de la melancolía; aquella melancolía que, según Avicena, era causa de tristeza, soledad, sospechas y temor, que da a los seres largos, penosos y corrompidos fantasmas. En cuanto a Burton, en la Inglaterra del siglo XVI, ve cómo la melancolía se dilata como un gran río que brota del corazón de la propia vida y se extiende a todas las orillas.

Graciela Mejía González
(Texto basado en los escritos de Valentine Penrose, Alejandra Pizarnik y Emilce D. Bleichmar).

Ver: Erzsébet Báthory  http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/04/erzsebet-bathory_19.html
Siniestra hermosura  http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/04/siniestra-hermosura_27.html
La muerta enamorada  http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/03/la-muerta-enamorada_1.html
La dignidad del hombre  https://vieliteraire.blogspot.mx/2014/05/la-dignidad-del-hombre.html
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