—Escuche, prima mía: tengo aquí…
Y se interrumpió para mostrar una cajita cuadrada con estuche de cuero que había sobre la cómoda.
—Tengo aquí, vea usted, una cosa que aprecio tanto como mi vida. Esta cajita es un regalo de mi madre. Esta mañana pensaba que si ella pudiese salir de su tumba se apresuraría a vender el oro que su ternura le hizo prodigar en ese neceser; pero hecha por mí tal acción me parecería un sacrilegio.
Al oír estas palabras, Eugenia estrechó convulsivamente las manos de su primo.
—No —repuso Carlos después de una pausa, durante la cual los dos primos se dirigieron una mirada velada por las lágrimas —no, no quiero desprenderme de él ni aventurarlo en mis viajes. Querida Eugenia, usted será la depositaria. Jamás amigo alguno habrá confiado a otro una cosa más sagrada. Juzgue usted misma.
Y, tomando la cajita, la sacó de su estuche, la abrió y se la mostró tristemente a su prima, que quedó maravillada al ver un neceser en que el trabajo daba al oro un valor muy superior a su peso.
—Esto que usted admira no es nada —Dijo Carlos apretando un botón, que puso al descubierto un doble fondo—. He aquí lo que vale para mí más que el mundo entero.
Y diciendo esto sacó dos retratos, dos obras maestras de la señora Mirbel, ricamente rodeados de perlas.
—¡Oh! ¡Qué mujer más hermosa! ¿Es a ésta a la que escribe usted?…
—No —dijo Carlos sonriéndose—; esta mujer es mi madre, y éste, mi padre. Eugenia, yo debería suplicarle de rodillas que me guardase este tesoro. Si yo pereciese y perdiera la cantidad que usted me da, esta alhaja podría indemnizarla. A usted sola puedo dejar estos dos retratos; usted es digna de conservarlos; pero destrúyalos antes de que lleguen a pasar a otras manos…
Eugenia guardaba en silencio.
—Acepta usted mi encargo, ¿verdad?… —añadió el joven.
Al oír a su primo que repetía las palabras que ella acababa de decirle, Eugenia le dirigió su primera mirada de mujer amante, una de esas miradas que encierran tanta coquetería como profundidad, y Carlos, al observarlo, le tomó la mano y se la besó.
—¡Ángel de pureza! Entre nosotros el dinero no significará nunca nada, ¿verdad? En lo sucesivo, los sentimientos serán para nosotros lo más importante.
Gracias al régimen monástico de provincia y a los hábitos de una vida virtuosa, se conservan jóvenes a los cuarenta años. Son como esas últimas rosas del verano, agradables a la vista, pero cuyos pétalos tienen no sé qué extraña falta de frescura, y cuyo perfume se ha perdido. Eugenia era toda alma, y la oración parecía purificar y embellecer las groseras facciones de su cara, haciéndolas resplandecientes. ¿Quién no ha observado este fenómeno de transfiguración en caras santas, en las cuales las virtudes acaban por embellecer las facciones más rudas, imprimiéndoles la nobleza y la pureza de los pensamientos elevados?
Graciela Mejía González
Ver: Honoré de Balzac, la ambición devoradora de escribirlo todo http://vieliteraire.blogspot.mx/2013/10/honore-de-balzac-la-ambicion-devoradora.html
Agustina http://vieliteraire.blogspot.mx/2012/04/agustina.html
Madame Bovary, Gustave Flaubert http://vieliteraire.blogspot.mx/2015/06/madame-bovary-gustave-flaubert.html
Naná http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/nana.html
Avatar, Théophile Gautier http://vieliteraire.blogspot.mx/2013/10/avatar.html
La belleza inútil https://vieliteraire.blogspot.com/2018/06/la-belleza-inutil-guy-de-maupassant.html