Eugenia Grandet

A la caída de la tarde, regar con agua pura las flores de sus parterres, cuando éstas languidecían marchitas por los ardores del sol, como símbolo conmovedor de un alma tierna que se consume calladamente de amor. Charles Nodier

Obra publicada ya en forma de libro en 1834, en la casa editorial de Madame Charles-Béchet; más tarde, en 1839, en la editorial de Gervais Charpentier, con una dedicatoria a la que había sido amante de Balzac: Maria du Fresnay. En la edición Furne, de 1843, la novela formaba parte de la serie "La comedia humana", en el primer volumen de Scènes de la vie de province; y, dentro de él, se situaba entre las novelas Ursule Mirouët y Pierrette. Se sitúa en plena caída de Napoleón, cuando empezaba a tomar auge la monarquía; con respecto a las costumbres de la época, se puede ver que el autor, hace alusión a la trata de negros, actividad que era parte de la vida diaria, sobretodo en las colonias africanas. Esta historia se desarrolla en la ciudad francesa de Saumur, en el interior de una gran casa, pero solitaria y fría, como sus personajes. El carácter de Eugenia, en cambio, es el de una muchacha llena de gracia y ternura angelical, que a pesar de tener mucho dinero, no está acostumbrada a los grandes festejos: "Las consecuencias están expuestas a la luz del día, y carecen de misterio aquellas casas impenetrables, negras y silenciosas". Balzac trata dos temas muy importantes: la avaricia, representada por el señor Grandet, en su obra se ve como el dinero puede dominar a las personas, a las leyes e incluso a los sentimientos, como el amor, de ahí se deriva el interés por el dinero; en la obra podemos apreciar, como dos familias (Los Cruchot y los Des Grassis) se pelean la mano de Eugenia, pero sólo es por las riquezas que posee su padre. Y el amor, representado en su forma más pura, por medio de Eugenia, la cual, aunque vive en un mundo material, todo lo que hace esta dirigido por su espíritu; la bondad de Eugenia no tiene límites, que es capaz de regalar todo el oro que posee por amor. Esta obra, como muchas otras de Balzac, llega a tocar en lo más profundo las fibras del lector sensible como lo muestra la escena en donde Eugenia recibe de manos de su primo Carlos un valioso objeto:
—Escuche, prima mía: tengo aquí…
Y se interrumpió para mostrar una cajita cuadrada con estuche de cuero que había sobre la cómoda.
—Tengo aquí, vea usted, una cosa que aprecio tanto como mi vida. Esta cajita es un regalo de mi madre. Esta mañana pensaba que si ella pudiese salir de su tumba se apresuraría a vender el oro que su ternura le hizo prodigar en ese neceser; pero hecha por mí tal acción me parecería un sacrilegio.
Al oír estas palabras, Eugenia estrechó convulsivamente las manos de su primo.
—No —repuso Carlos después de una pausa, durante la cual los dos primos se dirigieron una mirada velada por las lágrimas —no, no quiero desprenderme de él ni aventurarlo en mis viajes. Querida Eugenia, usted será la depositaria. Jamás amigo alguno habrá confiado a otro una cosa más sagrada. Juzgue usted misma.
Y, tomando la cajita, la sacó de su estuche, la abrió y se la mostró tristemente a su prima, que quedó maravillada al ver un neceser en que el trabajo daba al oro un valor muy superior a su peso.
—Esto que usted admira no es nada —Dijo Carlos apretando un botón, que puso al descubierto un doble fondo—. He aquí lo que vale para mí más que el mundo entero.
Y diciendo esto sacó dos retratos, dos obras maestras de la señora Mirbel, ricamente rodeados de perlas.
—¡Oh! ¡Qué mujer más hermosa! ¿Es a ésta a la que escribe usted?…
—No —dijo Carlos sonriéndose—; esta mujer es mi madre, y éste, mi padre. Eugenia, yo debería suplicarle de rodillas que me guardase este tesoro. Si yo pereciese y perdiera la cantidad que usted me da, esta alhaja podría indemnizarla. A usted sola puedo dejar estos dos retratos; usted es digna de conservarlos; pero destrúyalos antes de que lleguen a pasar a otras manos…
Eugenia guardaba en silencio.
—Acepta usted mi encargo, ¿verdad?… —añadió el joven.
Al oír a su primo que repetía las palabras que ella acababa de decirle, Eugenia le dirigió su primera mirada de mujer amante, una de esas miradas que encierran tanta coquetería como profundidad, y Carlos, al observarlo, le tomó la mano y se la besó.
—¡Ángel de pureza! Entre nosotros el dinero no significará nunca nada, ¿verdad? En lo sucesivo, los sentimientos serán para nosotros lo más importante.
Gracias al régimen monástico de provincia y a los hábitos de una vida virtuosa, se conservan jóvenes a los cuarenta años. Son como esas últimas rosas del verano, agradables a la vista, pero cuyos pétalos tienen no sé qué extraña falta de frescura, y cuyo perfume se ha perdido. Eugenia era toda alma, y la oración parecía purificar y embellecer las groseras facciones de su cara, haciéndolas resplandecientes. ¿Quién no ha observado este fenómeno de transfiguración en caras santas, en las cuales las virtudes acaban por embellecer las facciones más rudas, imprimiéndoles la nobleza y la pureza de los pensamientos elevados?

Graciela Mejía González

Ver: Honoré de Balzac, la ambición devoradora de escribirlo todo  http://vieliteraire.blogspot.mx/2013/10/honore-de-balzac-la-ambicion-devoradora.html
Agustina  http://vieliteraire.blogspot.mx/2012/04/agustina.html
Madame Bovary, Gustave Flaubert  http://vieliteraire.blogspot.mx/2015/06/madame-bovary-gustave-flaubert.html
Naná   http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/nana.html
Avatar, Théophile Gautier  http://vieliteraire.blogspot.mx/2013/10/avatar.html
La belleza inútil  https://vieliteraire.blogspot.com/2018/06/la-belleza-inutil-guy-de-maupassant.html