La fotografía nace del cuadro

Los artistas de finales de los años cuarenta y los cincuenta del siglo XIX no pudieron hacer caso omiso de la obra de los fotógrafos de su tiempo, que, después de todo, tenían por fuerza que instalar sus trípodes junto a sus caballetes en los amenos retiros del bosque de Fontainebleau.


Cuando los artistas comenzaron a crear sus fotografías, nada distinguía a simple vista una fotografía, por realista que fuera, de una pintura. Dice Roland Barthes que el pictorialismo no es más que una exageración de lo que la foto piensa de sí misma, ahora imaginemos que el primer hombre que vio la primera foto (si exceptuamos a Niepce, que la había hecho) debió creer que se trataba de una pintura. La fotografía ha estado, está todavía, atormentada por el fantasma de la pintura. La fotografía ha hecho de la pintura, a través de sus copias una referencia absoluta y paternal, como si hubiese nacido del cuadro. La imagen de la realidad es burda y los fotógrafos sienten la necesidad de idealizarla y generan entonces ese toque de belleza que los impresionistas también hacían en sus cuadros y me refiero a el efecto semidifuso que se percibe en ellas, sin embargo, y pese a todo, la fotografía no podía rivalizar en modo alguno con la excelente y original calidad que daba a la pintura impresionista el uso del color. A partir del impresionismo la pintura se libera de cierto mimetismo, por eso la fotografía se vuelve pictorialista. Una forma de pictorialismo define la noción antigua, pero válida, según la cual la fotografía permanece atada a lo natural. Así la fotografía tomó a la pintura por modelo y muchos fotógrafos pensaron que ésta era la manera de conseguir su reconocimiento artístico. Importantes periódicos extranjeros publicaban a diario muestras verdaderamente prodigiosas de bellezas fotográficas de tal sutileza y originalidad; creadas por Peter Henry Emerson. Este fotógrafo se encuentra en oposición a Henry Peach Robinson, cuya visión era academisista, en tanto que Emerson compartía la ideología de los impresionistas, de la misma forma estaba convencido de que todo es interpretación, los términos de realismo e idealismo forman parte inseparable del arte. El que piense que el objetivo del artista consiste en reproducir el aspecto material de las cosas, imitar la naturaleza, copiar, falsificar, hará mejor en prescindir del arte. La expresión artística es la emoción que produce una sensibilidad capaz de inspirar idealismo. Esto es lo que se llama facultad estética. El arte exige el signo de la mano humana, que se ve palpablemente en la obra. Lo que importa es la comunicación del sentimiento que despierta y excita en nosotros un aspecto de la naturaleza. Este fotógrafo experimentó poniendo  ligeramente fuera de foco  la lente de la cámara y  su trabajo le permitió señalar que ese desenfoque no debía ser llevado hasta el extremo de destruir la estructura del objeto, pues sería perjudicial para la obra, como lo sería también un exceso de nitidez, pues según Emerson nada en la naturaleza tiene un contorno marcado, sino que todo es visto contra el fondo de otra cosa, y sus contornos se difuminan levemente en esa otra cosa, a menudo tan sutilmente que no se llega a distinguir dónde comienza una y dónde termina la otra. En esta mezcla de decisión e indecisión, en ese perder y encontrar, reside todo el encanto y el misterio de la naturaleza. A través de su trabajo, Emerson demostró que con la cámara, además de representar la realidad mejor que en cualquier otro medio, los objetos reales y en su ubicación natural podían proyectar belleza en la imagen y consiguió esa belleza exquisita en sus platinotipos y fotograbados, obteniendo las imágenes directamente del medio y no con métodos artificiales como los imitadores de la pintura. Así, el foco o enfoque que comenzó a practicarse en esta época fue denominado «foco naturalista», que significaba más bien un desenfoque, un borrón o una niebla y en las primeras fotos de follaje en movimiento se observa, además de los suaves efectos de claroscuro propios del calotipo, un cierto desdibujamiento de la imagen, pero también se produce un fenómeno parecido por causa del efecto llamado aleación, que consiste en que las zonas iluminadas de la fotografía penetren en partes contiguas periféricas de formas más oscuras. La consiguiente pérdida de definición de esas formas, que quedan mermadas por la fuerza erosionante de la luz, semeja al nuevo estilo, que podríamos llamar impresionista, y que apareció repentinamente, sin razón aparente, en la obra de Camille Corot a fines de los años cuarenta del siglo XIX. A partir de entonces comienza a generalizarse el uso de placas de cristal a modo de soporte de emulsiones fotosensibles. La aleación se produce cuando la luz que penetra en la emulsión establece contacto con el lado no recubierto del cristal  y refracta de rebote a través de la emulsión desde atrás, por eso no es descabellado relacionar con la fotografía a Corot y a otros pintores del grupo de Barbizon. Los artistas de finales de los años cuarenta y los cincuenta del siglo XIX no pudieron hacer caso omiso de la obra de los fotógrafos de su tiempo, que, después de todo, tenían por fuerza que instalar sus trípodes junto a sus caballetes en los amenos retiros del bosque de Fontainebleau. Y tampoco es probable que los pintores rehusaran echar por lo menos una atenta ojeada a aquellas fascinadoras láminas de calotipo y colodión, con las que sus obras iban a tener que competir inevitablemente. Este ideal de belleza en la pintura también tenía como trasfondo la representación del tiempo. En el siglo XIX además de la incorporación de la locomotora y el reloj a la vida laboral y social, los avances en la óptica y las nuevas teorías sobre el color, y la invención de la cámara fotográfica, impresionistas. La química aumentó la variedad y mejoró la calidad de los pigmentos disponibles al artista, el papel y los demás materiales se hicieron más baratos y por lo general, mejores. Pero la influencia más importante de todas fue la que originariamente había sido llamada. El lápiz de la naturaleza: su impacto fue enorme. La cámara iba a hacerse cargo de una de las funciones menores de los pintores, la de documentar los acontecimientos y las formas. La fotografía les permitía a los pintores echar una mirada más fija y continua a las cosas; les permitía hacer análisis de la naturaleza de la estructura y del movimiento, análisis que jamás habían sido posibles. Gran parte de la obra de Edward Muybridge sobre el análisis fotográfico del movimiento fue llevada a cabo en Francia donde trabajó en colaboración con el pintor Meissonier. Las fotos demuestran la creatividad que tiene el ojo al elaborar los datos que recibe, entre el estado de visión como meras manchas de color y como cosas u objetos, tiene lugar toda una serie de procesos misteriosos que imponen  orden en la incoherencia anárquica de la mera percepción, resuelven contradicciones, reflejan los prejuicios de que hemos sido víctimas desde la infancia, imponen una continuidad, una conexión y unos sistemas de cambio que clasificamos como espacio, tiempo, materia y movimiento, además, la visión de la cámara incorporó ese mismo elemento de espontaneidad inmediata que se había convertido en importante desiderátum. Congeló los gestos; inmovilizó un movimiento en la calle; fijó para siempre la pirueta de una bailarina. Comunicaba una forma de la verdad: era real y los impresionistas eran realistas ante todo; no sólo en su elección de temas sacados de la vida cotidiana y de los personajes comunes, sino también en su determinación de ser visualmente sinceros, de no enmendar las cosas que veían, de no pintarlas como pensaban que eran, sino como eran en realidad. También, los intelectuales de esa época observaban en ese procedimiento mecánico que es la fotografía un invento muy afortunado para reemplazar el trabajo manual del artista porque lo asociaban con la industria y la producción masiva de las imágenes, pero los impresionistas se vieron interesados por los progresos técnicos no por ese motivo sino que se inquietaron por representar el movimiento. Desde 1851 circulaban las fotografías animadas hechas por fotogramas en donde se han fijado algunas fases de movimiento y en 1878 las fotografías de Muybridge sobre el movimiento de los animales y el hombre propiciaron una nueva manera de representar el movimiento en la pintura. La fotografía se volvió un invento mágico, y es que antes acaso se habría visto un don de sentir que se fatigara por momentos en buscar el lado extremo y agudo de la sensación hasta el punto de parecer irritante, los acentos mordientes de la fotografía antes de los retoques, unas intimidades excesivamente escudriñadas, una notación bosquejada más que marcada, pero muy verídica, de la vida nerviosa manifestada exteriormente con gestos de intención. Los cambios tecnológicos surgidos en la era moderna: el tren y los registros hechos con la cámara fotográfica, se pudieron observar las variaciones que genera la velocidad, gracias a los cambios secuenciales que por medio de ritmos generan el movimiento. Cuando la velocidad de estas variaciones alcanzó la velocidad de los ritmos modernos, los artistas se consideraron obligados a registrarla. Pero todo esto es mera percepción que debe generar una sensación física en el espectador, es decir que se genera una ilusión. Ahora la más transitoria de las cosas, una sombra, el emblema proverbial de todo lo que es fugaz y momentáneo, puede ser encadenado por los hechizos de nuestra magia natural y pude ser fijada para siempre en la posición que parecía exclusivamente destinada a ocupar un único instante. El hecho es que podemos recibir la sombra fugaz sobre el papel, que se inmovilizará allí, y en el espacio de un único minuto fijarla tan firmemente que ya no podrá cambiar. La fotografía en sus inicios detenía al tiempo, en cambio la pintura representaba el paso del tiempo, y a pesar de ello, su reposo no será una pausa, ni una pose sin finalidad, sin significado; ante el objetivo del fotógrafo su reposo será en la vida como la acción. La fotografía es aparentemente un procedimiento en el que la posición es ocupada durante un único instante, donde el tiempo fugaz es interrumpido en el espacio de un único minuto. La fotografía es arte y sombra, lo natural y la magia, lo momentáneo y la eternidad, lo fugaz y lo encadenado, lo fijo y lo cambiante. La fotografía era, para Talbot, el deseo de una imposible conjunción de fugacidad y fijeza, un espacio de un único minuto donde el espacio se convierte en tiempo y el tiempo en espacio.

Graciela Mejía González

Ver: Nace un arte nuevo  http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/nace-un-arte-nuevo.html
Camera and pencil  http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/camera-and-pencil.html
La fotografía de arte o fotografía naturalista  http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/la-fotografia-de-arte-o-fotografia.html