¿Duda usted de lo que le estoy diciendo? Duda pues que paralelismos geométricos tan sorprendentes puedan presentarse en la naturaleza. ¡Pues bien! ¡Se me acusa, a mí, de imitar a Edgar Poe! ¿Sabe usted por qué he traducido tan pacientemente a Poe? Porque se me parecía. La primera vez que abrí un libro suyo, vi, con espanto y arrebato, no tan sólo temas que yo había soñado, sino frases pensadas por mí, y escritas por él veinte años antes. Charles Baudelaire
Contamos historias, creamos mitos, rituales, leyendas. Porque al aceptar la vida tenemos que aceptar la muerte. De pronto, nos percatamos de que existe una conexión con el universo; somos parte de él. En él habitamos y de él provenimos. Nos representamos de mil maneras el mismo dilema de la existencia. Narramos historias que curiosamente están más cerca de la realidad que la ficción. Así, la génesis de una obra de envergadura está ligada a la genética de su creador en su estado más puro. El artista trasciende, se libra de los obtáculos impuestos por la época y, apoyado en los descubrimientos de su tiempo, regresa a su origen, a la división celular del mito.
Si reconocemos en una obra de arte la presencia milenaria de los mitos es porque habla de nosotros con esa voz inconfundible del pasado. La coquetería no es otra cosa que el reconocimiento de dos identidades que comparten lo del más allá. No hace falta más que un guiño de la Monalisa para saberlo. La obra de Leonardo, como la de Dante, nos parece estar ahí desde la antigüedad clásica. No así la obra de Poe. Desde este punto de vista Harold Bloom tiene razón al decir que rara vez encontró un lenguaje adecuado a sus intensidades. Pero para encontrarlo habría tenido que nacer en Francia y llamarse Baudelaire; habría tenido que heredar el simbolismo de un movimiento romántico que concebía la unidad como un todo; un todo indivisible. Además, habría tenido que encontrar un doble en Norteamérica, pues hay que preguntarse cómo hubiera sido Baudelaire sin Poe. Por otra parte, ¿cómo podemos reconciliarnos con la vida cuando la muerte sólo nos muestra el perfil más siniestro de su doble cara? ¿Cómo podemos siquiera aceptar su aliento cuando, en vez de paz, nos inspira agonía, repugnancia, putrefacción? ¿Cómo reconciliarse con aquello que nos arrebata el amor de nuestros seres más queridos y nos deja sumidos en una profunda tristeza, en una soledad enloquecedora? Dice Valéry que el ímpetu de Leonardo construye un puente donde ve un abismo. Tampoco sería raro que dibuje una sonrisa donde ve un misterio. El espíritu de Poe es opuesto: donde ve un abismo cava un túnel, y cuando ve una sonrisa, piensa en el misterio. Ante esta noción es fácil comprender por qué Poe termina por decepcionarnos, pues el encuentro de su literatura con nuestras necesidades, más que contribuir a una reconciliación, favorece la enemistad; permanece en el ámbito de la decadencia y el pesimismo. Desprevenidos, nos adentramos en las galerías subterráneas de su literatura pensando que la oscuridad de su origen, o esa, supuesta profundidad de la cual ha surgido, encierra un secreto luminoso. Repentinamente estamos atrapados. La oscuridad nos asfixia. La luz no proviene de las alturas, sino que se oculta debajo de la sombra. La única esperanza de beatitud se alcanza por el camino del dolor, y la paz sonríe finalmente cuando el horror destruye nuestras ilusiones; la desesperación consume nuestra llama, la muerte, nuestra eterna enemiga, nos extiende lentamente la mano. Visto de esta manera, ¿podríamos decir que se trata de una reconciliación? Detrás de la pregunta se extiende otra, doblemente inquietante, doblemente estremecedora: ¿con quién tenemos que reconciliarnos cuando hablamos de reconciliarnos con la vida?
Respecto a uno de sus cuentos más célebre "William Wilson" diré que no sería nada aventurado afirmar que el verdadero drama del hombre, el drama por excelencia, se representa en los escenarios de la conciencia. William Styron hablaría de esa tragedia y de su enorme teatralidad. ¿Quién es ese espectro que observa? ¿La mente? ¿Aquella a quien no le importa la genética, que conoce o desconoce al autor? Sin duda, el retrato más representativo de este drama y de este espectro en la narrativa de Poe lo constituye el cuento William Wilson. El cuento alude al problema del hombre y su conciencia; es una alegoría del proceso mental que reconocemos como tentación-remordimiento y que, tras un largo periodo de soportar sus ataques, sólo mediante su aniquilación se puede seguir viviendo. Por desgracia, una de las principales connotaciones del nombre William Wilson se pierde para el lector ajeno a la cultura anglosajona. Porque este nombre en los países de habla inglesa le pertenece a la multitud. Es decir, no es lo mismo que ese espectro tenga un nombre extranjero, desconocido, a que ese espectro que nos sigue y nos observa, que supuestamente sólo es nuestro, se llame Pedro Pérez. (Se sabe que Poe conoció, por lo menos, a tres hombres con el mismo nombre, uno en Inglaterra y dos en Norteamérica).
En William Wilson, el protagonista (quien en realidad es el doble de Poe, pues incluso éste le da a su personaje la misma fecha de nacimiento y lo caracteriza con los rasgos obsesivos propios de su naturaleza) es perseguido por una presencia que no está emparentada con él, pero que conoce perfectamente sus vicios, sus debilidades, y paulatinamente va copiando su modo de vestir, su manera de moverse y el tono de su voz. Cuando la imagen y el susurro de esta presencia se tornan insoportables, Wilson aniquila a su rival para descubrir con asombro y estupefacción que ha matado a una parte de sí mismo. La idea original para la trama del cuento, como el propio Poe lo reconoció, no era suya; la había tomado de un breve escrito de Washington Irving acerca de un joven impulsivo que se percata de una presencia enmascarada que lo sigue a todas partes para frustrar sus planes. Como en el cuento de Poe, el joven atraviesa a su doble con la espada y encuentra detrás de la máscara, su propia imagen — un espectro de sí mismo. Aunque podemos rastrear esta noción de la conciencia hasta los mitos de la antigüedad, el carácter de esta representación en particular no es tan antiguo. Irving a su vez basó su escrito en una obra de Calderón de la Barca que lleva por título El purgatorio de San Patricio, Calderón tomó la idea de una novela de Montalbán publicada en 1627. Después de Poe algunos críticos han señalado que El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, y El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson, encontraron su germen en William Wilson. Lo que resulta innegable es que esta inquietante operación de la conciencia de Poe, ofrece innumerables ejemplos en su vida, avalados todos con su correspondencia. El intento de suicidio que quedó registrado hacia el final de sus días es sólo el pináculo de una larga cadena de reflexiones que lo llevaron a escoger la última salida. Al respecto de su muerte, Baudelaire diría: esta muerte fue casi un suicidio, un suicidio hacía largo tiempo preparado. El hecho de que Poe haya desaparecido del mundo cinco días antes de ser llevado al hospital, no permite otra cosa que especulaciones; sin embargo, como quiera que haya sido, con el propósito de antemano establecido, o bien con el valor adquirido mediante los primeros tragos de alcohol, la idea de atravesar a su rival tuvo éxito. Por otra parte, el carácter que se desprende de la vida de Poe es esencialmente dramático: la estructura, el orden de las secuencias, la intensidad y la ubicación de los momentos climáticos están dispuestos con una maestría que resulta inquietante, sobre todo cuando se piensa que tal maestría sólo podría ser desplegada por medio de la voluntad. ¿Era Poe el autor y actor de su tragedia? A los 30 años, mientras escribía William Wilson, ¿se percataría de que, más que un cuento, estaba escribiendo un script?
Ya lo dijo Paul Valéry: lo que queda de un hombre es aquello que su nombre hace pensar, y las obras que hacen de ese nombre un signo de admiración, de odio o de indiferencia. Sobre su tumba podría escribirse: Vosotros que habéis buscado ardientemente descubrir las leyes de vuestro ser, que habéis aspirado a lo infinito y cuyos sentimientos reprimidos se han visto forzados a buscar un espantoso alivio en el vino del desenfreno, rogad por él. Ahora su ser corpóreo purificado flota en medio de los seres de los que entreveía la existencia; rogad por él que ve y que sabe, y él intercederá por vosotros.
Texto de Óscar Altamirano y Rubén Darío, (adaptación de Graciela Mejía González).
Ver: Arthur Rimbaud http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/arthur-rimbaud.html
200 años de Théophile Gautier http://vieliteraire.blogspot.com/2011/12/la-belleza-del-arte-literario-200-anos.html
Los Cantos de Maldoror, Conde de Lautréamont https://vieliteraire.blogspot.com/2017/08/los-cantos-de-maldoror-conde-de.html
Conde de Villiers de L´Isle Adam, a los 129 años de su muerte https://vieliteraire.blogspot.com/2018/08/conde-de-villiers-de-lisle-adam-los-129_27.html
La durmiente http://vieliteraire.blogspot.mx/2013/09/la-durmiente.html
El cuervo http://vieliteraire.blogspot.mx/2013/03/el-cuervo.html
El gato negro http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/el-gato-negro.html
El retrato oval http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/el-retrato-oval.html
Usher II http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/usher-ii.html