Charles Nodier
"Una bruma roja cubría Florencia. Desde el Forte da Basso hasta el de Belvedere, desde la Porta al Prato hasta la Romana. Como si estuviese sostenida por las gruesas murallas que rodeaban la ciudad, una cúpula de nubes rojas traslucía los albores del nuevo día. Todo era rojo debajo de aquel vitral de niebla carmín, semejante al del rosetón de la iglesia de Santa María del Fiore […] Más allá, remontando la ribera del Arno hacia la Via della Fonderia, una modesta procesión arrastraba los pies entre las hojas secas del rincón más oculto del viejo cementerio. Lejos de los monumentales mausoleos, al otro lado del pinar que separaba los panteones patricios del raso erial sembrado de cruces enclenques y lápidas torcidas, tres hombres doblegados por la congoja más que por el peso exiguo del féretro desvencijado que llevaban en vilo avanzaban lentamente hacia el foso recién excavado por los sepultureros".
Así comienza la novela de Federico Andahazi, una aventura poética que nos hace reflexionar sobre el modo de vida de los pintores del renacimiento y cómo un secreto profesional es la causa de embrollos funestos, provocados por la rivalidad que existía entre la escuela florentina y la escuela flamenca. Brunelleschi, Masaccio, Giotto y Jean van Eyck, eran su modelo a seguir y su meta, ingresar como pintor a la Casa Medici. Lo más interesante de esta novela es que muestra la labor real del pintor en su estudio, sus privaciones, sus métodos, sus teorías, sus fracasos y sus logros; sin embargo, las situaciones y los personajes son ficticios. Pese a lo maravillosa que puede resultar esta novela, no dejo de asociarla con la película: "La mujer con el arete de perla", que trata sobre una etapa de la vida del pintor Johannes Vermeer, en donde enseña a una joven los secretos de la pintura y muestra cómo la sensibilidad no es exclusiva de la gente con conocimientos técnicos, hay seres humanos que no necesitan tener estudios sobre teoría del color o percepción de la forma, su sola sensibilidad les permite captar la esencia de las cosas. Otro detalle que asocio de esta película con "El secreto de los flamencos", es que una mujer es el pretexto y la discordia entre dos modos de pensar respecto al arte.
Un mérito extraordinario que Andahazi hace en esta obra es que logra sumergir en un mundo de colores y sensaciones palpables, primero en la imaginación y luego en la piel del lector sensible, comenzando con el rojo bermellón que simboliza la sangre; el azul de ultramar, es un paisaje melancólico, unos ojos entristecidos; el amarillo de Nápoles, una luna gigantesca, redonda y temblorosa sobre las aguas; el verde de Hungría, la superficie de un canal de agua estancada; el blanco de plomo, el color en estado puro, el éter lumínico; el negro de marfil, la ausencia del color y el siena natural, el retrato de una dama.
Todo dibujo contiene una estructura, un contorno a base de líneas, que no son otra cosa más que el uso de la razón, el hombre con sus métodos estudiados y experimentados, la base que es cimentada por la forma: "A su disposición natural para el dibujo se había sumado el estudio metódico de la geometría y las matemáticas, las proporciones áureas, la anatomía y la arquitectura. Podía afirmarse que era un verdadero florentino. El manejo impecable de las perspectivas y los escorzos revelaban una perfecta síntesis entre la sensibilidad nacida del corazón y el cálculo minucioso de las fórmulas aritméticas". Toda pintura contiene volumen, materia moldeable, que no es otra cosa más que la voluptuosidad, la mujer que seduce y atrapa, lo que sustenta el color: "La consistencia espiritual de la joven portuguesa era de una sustancia semejante a la del Oleum Pretiosum, tan luminosa y cautivante, como oscura y misteriosa su secreta composición; tan firme en su carácter, y a la vez tan inasible como los aceites más preciosos… Tenía la frescura de las campesinas y a la vez la elegancia espiritual de quien ha recorrido el mundo. Dirk hacía esfuerzos denodados para fijar sus ojos en los de ella, pero una mezcla de timidez y turbación lo obligaba a bajar la mirada".
Hay momentos en la vida de algunos seres humanos, en que han obtenido lo más anhelado y lo dejan ir en seguida; tan cruel como valiente es aquel que puede hacerlo sin titubear, un lujo, que no todos se pueden dar, como el maestro Monterga: "Era un temple de una textura perfecta. Podía examinarse la tabla con una lupa y ni así encontrar el rastro de una pincelada. La superficie era tan limpia y pareja como la de un cristal o un remanso de agua quieta. Los colores eran tan brillantes como los de Jean van Eyck, el rostro de Fátima parecía salido del pincel del Giotto, y los escorzos y las perspectivas podían haber sido pergeñados por la matemática invención de Brunelleschi o de Masaccio. Francesco Monterga se llenó los pulmones con el aire hecho de su propio orgullo y pensó que aquella pequeña tabla podría tener un lugar en el incierto inventario de la posteridad. Entonces, envuelto en su mandil manchado de yema de huevo, la cabeza cubierta por una gorra raída, tomó la tabla del caballete, comprobó que se hubiera secado su superficie, la contempló largamente, giró sobre sus talones y la arrojó al fuego. El rostro de Francesco Monterga, iluminado por las llamas avivadas con la madera, tenía la expresión serena de quien celebra un triunfo. Estaba tratando de imaginar el rostro de Dirk van Mander descompuesto por la envidia".
Y por fin, es revelado el secreto, el color en estado puro, la luz blanca que al pasar por un prisma se descompone en los siete colores visibles al ojo humano, la frontera entre Dios y el mundo sensible y ˝tal como sostenía Aristóteles, el negro era la ausencia de color, eso mismo había sucedido en la paleta: se había producido una suerte de agujero en la materia solamente comparable a la idea imposible de la nada. Aquel negro podía definirse no por alguna de sus cualidades, sino exactamente por la ausencia absoluta de cualidad alguna. Y decir negro era, en sí, una abstracción para denominar lo innombrable, ya que en rigor, si algo podía verse en ese sector de la paleta, era nada". Pero las conclusiones sobre el color, que Andahazi muestra en su novela, fueron los logros que se revelaron al mundo hasta el siglo XIX, sin embargo, no deja de ser un acertado momento en su historia de ficción, que hace temblar a quien lo lee por vez primera con la mente liberada de prejuicios técnicos, cuando por fin se muestra el secreto: "Vi el pulposo mar, vi el alba y la tarde (...), vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó. (...) vi caballos de crin arremolinada, en una playa del mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de mi mano (...) sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo".
Andahazi, nos deja en la mente el tributo que brinda en su obra, a Newton, a los impresionistas y a los maestros Paul Signac y Georges Seurat, sin nombrarlos, puesto que es bien sabido, que a ellos les debemos la aplicación del color en estado puro: la luz.
"Vio el Todo y la Nada a la vez, vio el blanco y el negro, vio el caos y el cosmos repetirse hasta el infinito y vio el infinito expandido del universo y también el infinito inverso, introvertido, aquel que intuyera Zenón de Elea. Fue testigo del principio y del fin, vio la resolución de todas las aporías y comprendió el sentido último de todas las paradojas, vio todas las pinturas desde aquellas que se escondían en las remotas cavernas de Francia cuando Francia no tenía nombre, las de Egipto y las de Grecia, las de su maestro y las de sus discípulos y las que él mismo había hecho. Y también vio las que todavía no se habían pintado. Vio la cúpula de una capilla y el índice de Dios dándole la vida al primer hombre, la sonrisa incierta de una mujer contra un fondo abismal y beatífico, las perspectivas más maravillosas hechas por hombre alguno, escaleras que subían y bajaban a una vez, infinitamente. Vio a Saturno devorando a su hijo y una hilera de hombres siendo ejecutados con armas inauditas, vio una navaja cercenando una oreja y un campo de girasoles como nadie los había concebido, vio la catedral de Notre Dame repetida, idéntica y distinta según la orientación del sol, vio acantilados precipitándose al mar y bosques sajones solitarios y tenebrosos, vio mujeres alegres, desnudas, desoladas en burdeles de un futuro lejano y sórdido, vio un paisaje diurno en plena noche y una calle nocturna bajo un cielo de mediodía, vio unas reses sangrantes pendiendo desde los cuartos traseros, vio las edades de la mujer y colores despojados de sentido alguno, vio un pintor en el reflejo de un espejo y una incógnita familia real, vio un caballo deforme estirando su lengua deforme en un caos deforme bajo la devastación de la lejana e ibérica Guernica. Y no vio nada más. Nunca más".
Graciela Mejía González
Ver: Relato erótico 2 http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/relato-erotico-2.html
¿Qué es el arte? http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/que-es-el-arte.html
Erzsébet Báthory http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/04/erzsebet-bathory_19.html
La mandrágora http://vieliteraire.blogspot.mx/2013/04/la-mandragora.html
La muñeca sangrienta http://vieliteraire.blogspot.mx/2013/05/la-muneca-sangrienta.html