El día en que el arte sea universal, dejando de ser un medio de embrutecimiento y depravación para todos los hombres, volverá a ser lo que era al principio, lo que debiera ser siempre: un medio de perfeccionamiento para la humanidad, para realizar en el mundo el amor, la unión, la dicha.
Decía uno de los Padres de la Iglesia que el peor mal para los hombres no estriba en que ignoren a Dios, sino en que han colocado al diablo en el sitio de Dios. Lo mismo sucede con el arte. El peor mal de las clases superiores de nuestro tiempo, no consiste en que carecen de un arte religioso, sino en que han elevado al puesto superior, en el que sólo merece ser admitido aquel arte, a un arte indiferente, funesto a veces, cuyo objeto es divertir a determinados hombres, siendo por lo tanto contrario al principio cristiano de la unión universal, que constituye el fondo de la conciencia religiosa de nuestro tiempo. La conciencia religiosa de nuestra época no admite, por lo contrario, grupos separados entre los hombres, pues exige la unión de todos sin excepción, y por encima de todas las virtudes, coloca el amor fraternal de la humanidad entera. Fue posible a los griegos sacar provecho del arte de los persas, y a los romanos del de los griegos, y a los judíos del de los egipcios, porque la base de sus ideales era la misma. El ideal de los persas era, en efecto, la grandeza y prosperidad de los persas, como el de los griegos era la grandeza y prosperidad de los griegos. Un solo y único arte podía así modificarse en condiciones nuevas, y convenir a nuevas naciones. Pero el ideal cristiano, por lo contrario, ha modificado, derribado a todos los demás, de tal suerte que, como dice el Evangelio, lo que era grande ante los hombres, se ha vuelto pequeño ante Dios. Este ideal no consiste en el poderío, como el de los egipcios, ni en la riqueza, como la de los fenicios, ni en la belleza, como la de los griegos, sino en la humildad, en la resignación, en el amor. El héroe no es el rico: es Lázaro, el mendigo. María Egipciaca es admirada, no por su belleza, sino por su penitencia. La acumulación de riquezas no es celebrada como virtud; celébrase la renuncia de ellas. Y el objeto supremo del arte no es la glorificación del éxito, sino la representación de un alma humana tan penetrada de amor, que permite al mártir compadecer y amar a sus perseguidores. Es, desde luego, propiedad esencial del arte, de todo arte, unir a los hombres entre sí. Todo arte da como resultado que los hombres que reciben el sentimiento transmitido por el artista se encuentren mediante él unidos, en primer lugar con el artista mismo, y, en segundo, con todos los que reciben igual impresión. Todo lo que se ha realizado de bueno en el arte, todo eso permanece ignorado de una sociedad privada de los medios de conmover por el arte; y en vez de eso, la sociedad admira remedos mentirosos o un arte inútil y vano que ella persiste en considerar importantísimo. Los hombres de nuestro tiempo y de nuestra sociedad admiran en poesía a los Baudelaire, los Verlaine, los Moréas, los Ibsen y los Maeterlinck; en pintura a los Manet, los Monet, los Puvis de Chavannes, los Burne-Jones, los Boecklin y los Stuk; en música los Wagner, los Liszt y los Strauss; pero son incapaces de comprender el arte verdadero, no diré el más elevado, sino hasta el más sencillo. De aquí resulta que en nuestras clases superiores, así privadas de la facultad de sufrir el contagio de las obras de arte, los hombres crecen y se educan sin recibir la acción benigna y mejoradora del arte, y de aquí procede otro resultado fatal: el de que no sólo dejan de caminar hacia el bien y la perfección, sino que por lo contrario, y a pesar del desarrollo de su pretendida civilización, son sin cesar más groseros, más salvajes y menos compasivos. Asusta aún más pensar que niños hermosos, llenos de vida, dotados para el bien, pasan al salir de la cuna, los unos a teclear un piano durante seis, ocho o diez horas diarias, los otros a bailar de puntillas y otros a estudiar solfeo, algunos a dibujar del antiguo o del natural o bien a escribir frases sin sentido sometidas a las reglas de cierta retórica. De año en año los desdichados van perdiendo en estos ejercicios mortíferos todas sus fuerzas físicas e intelectuales, toda su aptitud para comprender la vida. Todas las leyes, todos los preceptos que nos dicen que no debemos hacer a los demás lo que no quisiéramos que nos hicieran a nosotros, carecen de sentido y sólo sirven para dirigir a los hombres cuando van acompañados de los vapuleos, los sablazos y la cárcel. El hombre verdaderamente libre no debe obedecer a ninguna ley humana ni divina. Toda obligación es señal de degeneración; la ausencia de las obligaciones es el sello de los héroes. Los hombres deben cesar de creerse obligados a respetar errores que se imaginaron para dañarles. El universo entero no es más que un campo de batalla. Los vencidos deben ser explotados, atormentados y despreciados. El hombre osado puede conquistar el mundo. Y como consecuencia, los hombres deben estar eternamente en guerra. luchando por la vida, por la tierra, por el amor, por la mujer, por el poder, por el oro. La tierra y sus frutos son la presa del más audaz. El arte contribuye en nuestro tiempo a pervertir a los hombres en lo que concierne a las relaciones sexuales. Sabemos todos a qué terribles padecimientos morales y físicos y a qué inútil gasto de fuerzas se exponen los hombres, entregándose al instinto sexual. Desde Troya arruinada por la pasión sexual hasta los suicidios y crímenes de que van llenos los periódicos a diario, todo atestigua la acción nefasta de esta pasión, que es la fuente principal de la desdicha de los hombres. Y, sin embargo, ¿qué es lo que vemos? Vemos que todo el arte, el falsificado y el verdadero, está dedicado a describir y provocar las diversas formas del amor sexual. El arte contemporáneo no tiene más que un sólo objeto: excitar y esparcir la depravación. Lo que hoy llamamos arte no sólo no contribuye al progreso de la humanidad, sino que tiende a destruir la posibilidad del bien en nuestra vida. Si se preguntara si vale más, perder lo que hoy se llama arte, falso o verdadero, o perder lo bueno que existe en este mundo, creo que el hombre razonable y moral debería contestar lo que Platón en su República, lo que todos los maestros religiosos de la humanidad, cristianos, e islamitas: que es preferible renunciar a todas las artes, que sostener el arte que existe hoy día, y que deprava a los hombres. Por fortuna, no hay que hacer tal pregunta, porque el arte verdadero nada tiene que ver con el seudo-arte contemporáneo. Lo que podemos y debemos hacer nosotros, que nos alabamos de ser hombres civilizados, y a quienes nuestra situación permite que comprendamos el sentido de las diversas manifestaciones de la vida, es reconocer el error en que nos encontramos, y no someternos a él, sino, por el contrario, buscar el medio de escapar de sus garras. El día en que la conciencia religiosa, que empieza ya a dirigir inconscientemente la vida de los hombres, sea por ellos reconocida a conciencia, veráse desaparecer espontáneamente la división que existe entre el arte de las clases inferiores y el de las superiores. Entonces sólo habrá un arte fraternal, universal. El día en que el arte sea universal, dejando de ser un medio de embrutecimiento y depravación para todos los hombres, volverá a ser lo que era al principio, lo que debiera ser siempre: un medio de perfeccionamiento para la humanidad, para realizar en el mundo el amor, la unión, la dicha. Los artistas del porvenir no pertenecerán, como ahora, a una determinada clase del pueblo; todos los que sean capaces de creación artística, serán artistas. Todos podrán entonces ser artistas; no se pedirá al arte una táctica complicada y artificial que exige gran pérdida de tiempo, se le pedirá tan sólo claridad, sencillez y sobriedad, cosas que no se adquieren por una preparación mecánica, sino por la educación del gusto. Todos los artistas de genio que ahora quedan ocultos en el seno de los pueblos podrán entonces participar del arte y ofrecer modelos de perfección, que serán la mejor escuela técnica para los artistas de su tiempo y del tiempo venidero. Hoy mismo, no es en la escuela donde se instruye el verdadero artista, sino en la vida, estudiando el ejemplo de los grandes maestros; pero entonces, cuando participen del arte los hombres mejor dotados del mundo entero, entonces el número de modelos será mayor, y estos modelos más asequibles; y la ausencia de una enseñanza profesional se encontrará compensada cien veces, para el verdadero artista, con la justa concepción que se formará del fin y de los métodos del arte. Y el ideal de la perfección de lo porvenir no será el particularismo de los sentimientos, sino su grado de generalidad. El artista no buscará, como hoy, ser oscuro, complicado, enfático, sino breve, claro, sencillo.
León Tolstoi
Ver: El arte bello http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/el-arte-bello.html
El arte verdadero http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/el-arte-verdadero.html
El arte falso http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/el-arte-falso.html
Las falsificaciones del arte http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/las-falsificaciones-del-arte.html
El arte por el arte http://vieliteraire.blogspot.mx/2013/05/el-arte-por-el-arte.html
¿Qué es el arte? http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/que-es-el-arte.html