Gran milagro en verdad fue la beata siempre Virgen María. Pues ¿qué cosa mayor que ella o más ilustre se ha encontrado jamás en ningún tiempo, o se podría encontrar alguna vez? Esta sola superó en grandeza al Cielo y la Tierra… ¡Salve, pues, Madre, Cielo, Doncella, Virgen, Trono, Ornato de nuestra Iglesia, Gloria y Firmamento! Francisco Xavier Lazcano
En 1751, Miguel Cabrera fue comisionado por el Abad y Cabildo del Santuario de Guadalupe para que dictaminara si la imagen de la Virgen de Guadalupe era o no obra de industria humana. Cabrera encabezó un equipo que reunía a los pintores más reconocidos de la época: José de Ibarra, Juan Patricio Morlete Ruiz, Francisco Antonio Vallejo, José de Alzíbar y Manuel Osorio. El dictamen de Cabrera, acompañado de la opinión de los demás pintores, fue impreso en la ciudad de México en 1756, mismo año en que fue realizado éste lienzo que seguramente está tomado de una de las tres copias realizadas en 1752 por el propio Cabrera. La obra respeta en todo al modelo original, incluyendo los ciento veintinueve rayos que rodean a la figura.
No sólo es la pintura universal idioma, sino lenguaje angélico, y si esto hace relación a aquellos famosos artífices que de estos nombres ha habido en la pintura, como Miguel Ángel y Rafael de Urbina, ya debe entrar don Miguel Cabrera, pues no menos, en lo que pinta que en lo que discurre, parece hacerlo como un ángel. Salió la obra de tan ilustre primor, que venció la copia a su original. Propiedad es de la pintura es la perspicacia, porque mediante ella los artífices especulan los más ocultos primores: sino más bien, porque la pintura hace que sea contemplada la belleza de los cuerpos, dijo Aristóteles, y en ninguna de sus pinturas mostró su perspicacia nuestro autor como en este su fundado papel, pues aquí declara no sólo lo prodigioso de su duración el lienzo en que está, la falta de disposición, lo heróico deldibujo, las cuatro especies de pintura y el oro que le hermosea, sino también haber asegurado la experiencia, que entre las muchas imágenes que se copian, no ha salido una que tenga perfecta semejanza; declarando por último ser una pintura del Cielo.
Encantada hasta ahora nuestra feliz América con el bellísimo semblante de la hermosísima guadalupana imagen, le tributaba todos los afectos de los corazones, brillante holocausto debido a la Princesa de las gracias; y ya con los claros resplandores, arrebata también los entendimientos. Preguntando tal vez Aristóteles por qué nos cautivaba tan irresistiblemente la hermosura y esta pregunta la podría hacer sólo un ciego, dificultando así la crítica de algunos el por qué de nuestros pasmos, de nuestras admiraciones, de nuestros encantos, de nuestros hechizos y también de nuestras presunciones; del congratularnos tan distinguidamente favorecidos del cielo en la inestimable imagen Guadalupana.
Conjunto de maravillas para los pintores; un empíreo de nuevas verdades para los teólogos; una peregrina esfera con jamás vistos luminares para los astrólogos; un agregado de pasmos para los médicos; asunto felicísimo para los retóricos; y el objeto más armonioso para la divina fantasía de los poetas, y una universidad entera de portentos, de milagros, de verdades, de gracias para los racionales ángeles y hombres. Reducido todo el cielo al espacio corto, estampado el nombre de la Reina del Universo en las flores; y a los campos engalanados con estrellas, y a los cielos coronados de rosas. Volara la pluma de luces si no le sujetara lastre el plomo del ingenio. Y así lo digo en una palabra: que siendo la guadalupana imagen delicioso concepto del ingenio de Dios.
Es la tela o lienzo en que está pintada la Virgen Guadalupana, según parece, un tejido grosero de ciertos hilos que vulgarmente llamamos pita, que sacaban los indios de unas palmas propias de este país, de que en la antiguedad labraban sus pobres mantas, a las cuales en su natural idioma llaman ayatl y nosotros, vulgarmente, ayate. Su trama y color es semejante a el lienzo crudo o bramante de la Europa, aunque no es como el superior ni el ínfimo, sino como el que regularmente tenemos por mediano. Otros han discurrido que esta maravillosa manta está tejida de la pita que sacaban del maguey. A lo que no asiento; y la razón es que los ayates que vemos de esta planta y que todavía usan hoy los indios, son demasiadamente groseros; y el de nuestra imagen no es tanto, aunque lo parece por algunas marras o hilos que se encuentran en su trama.
Es el dibujo tan singular, tan perfectamente acabado, y tan manifiestamente maravilloso, que tengo por muy cierto que cualquiera que tenga algunos principios de este arte. Consiste, pues, el dibujo en aquella perfecta perfecta alineación. La correspondencia de las líneas con el todo, la simetría. No sé explicar el pasmo que me causa esta maravilla del arte, porque es tal su primor, que se levanta mucho más allá de la más sutil destreza de él. Su bellísima y agraciada simetría, la ajustada correspondencia del todo con las partes y de éstas con el todo. La fidelidad de su dibujo, exquisito y primorosamente ejecutado, pues no le han podido imitar lo más excelentes pintores.
Tiene en toda su altura ocho rostros y un tercio, al que añadiéndole otro más por lo poco que se inclina, resultan ocho rostros y dos tercios distribuidos en el modo siguiente. El primero desde el nacimiento del pelo hasta el extremo de la barba; el segundo desde aquí hasta los virginales pechos, y así los demás incluyéndose los dos tercios en toda su estatura, esto es, desde la superficie de la cabeza hasta sus sagradas plantas, que regularmente tiene una doncella bien proporcionada de esa edad; con que se halla conforme a las reglas y tamaños del natural.
Es su amabilísimo rostro de tal contextura, que ni es delgado ni grueso. Déjanse ver en él unos perfiles en los ojos, nariz y boca. La frente es bien proporcionada, a la que le causa el pelo, que es negro, especial hermosura. Las cejas son delgadas y no rectas; los ojos bajos y como de paloma, tan apacibles y amables, que es inexplicable el regocijo y reverencia que causa el verlos. La nariz en bella, y correspondiente proporción con las demás parteses linda. La boca es una maravilla, tiene los labios muy delgados. La barba corresponde con igualdad a tanta belleza y hermosura. Las mejillas sonrosean y el colorido es poco más moreno que el de perla. La garganta es redonda.
Mano más que humana fue, a mi corto juicio, la que ejecutó en este lienzo, pasmo de belleza, suavidad, unión, dulzura y, en fin, salió portento del más acendrado primor y valentía que se puede imaginar en cada una de las cuatro especies que la componen: al óleo, al temple, de aguazo y labrada al temple, quedando en este divino retrato la pintura jamás antes vista, como de un pincel del cielo. La cabeza y las manos al óleo; la túnica y el ángel con las nubes que le sirven de orla, al temple, el manto, de aguazo, y el campo sobre el que caen y terminan las rayas se percibe como pintura labrada al temple. Son éstas técnicas tan distintas en su práctica y es tan eficaz que me persuado a que es sobrenatural esta prodigiosa pintura. La primera al óleo, se ejecuta en virtud de aceites desecantes con unión. La segunda, al temple, con goma, cola o cosas semejantes. La tercera, de aguazo, se ejecuta sobre lienzo blanco y delgado, y su disposición es humedecer el lienzo por el reverso, sirviendo para los claros; de lo que se pinta el mismo que da la tela. La pintura labrada al temple, cubre en el mismo hecho de pintar la superficie, y pide que la materia en que se pinta sea firme y sólida. ¿Quién dirá que la nunca vista conjunción de estos cuatro estilos tan distintos de pintar tan bellamente ejecutados y unidos en una superficie como la dicha, es obra de la industria o arte humana? Yo por lo menos tendría escrúpulo en afirmarlo porque sé lo insuperable que es a las humanas fuerzas, como es mezclarse unas con aceite, otras con agua y gomas. En la variedad de cuatro técnicas de pintura tan diversas, que jamás se han visto unidas; aquí no sólo se unen, sino que todas conspiran a la formación del más bello todo que puede concebir la fantasía.
Es el oro de que se viste la Emperatriz Soberana en su sagrada imagen, asombro que no sólo embelesa, sino que sorprende a los más peritos artífices en esta facultad, porque es tan especial. Se asemeja mucho a aquel que a las mariposas dio naturaleza en las alas; pero con admiración mía. observé que es todo lo contrario, porque noté lo incorporado que está el oro con la trama, de tal manera que que parece que fue una cosa misma tejerla y dorarla, pues se ven distintamente todos sus hilos como si fueran de oro. Tiene la Santa Imagen dorada la túnica con unas flores de extraño dibujo. Tiene también dorada la fimbria de la túnica y la del manto; están doradas las estrellas y los rayos del sol que viste la Santa Imagen, y también está dorada su real corona. Cosa que hallo por imposible que ningún hombre hiciera; porque es el perfil como del grueso de un pelo, poco más, y éste tan igual y con tal aseo y primor, que sólo acercándose se percibe.
Hoy vemos el manto de nuestra imagen en un color que ni es azul ni es verde, pero participa de ambos, siendo muy fino en su especie. El manto le cubre modestamente parte de la cabeza, sobre el que tiene la real corona que se compone de diez puntos o rayos; y desde aquí descendiendo por el lado derecho hasta descansar sobre la luna, descolgándose aún más abajo de ella el extremo de donde está asido el ángel que sostiene. Cuarenta y cuatro estrellas: veinte por el lado diestro y por el otro veinticuatro, las que en orden colocadas forman cada cuatro de ellas una cruz; y en este modo unas con otras llenan vistosamente el precioso manto. A más de la luna tiene por trono de sus Sagradas plantas un ángel que manifiesta bastantemente en su tierno semblante la alegría reverente con que sirve a su Reina. Tiene inclinada la cabeza sobre el lado izquierdo, y se deja ver hasta más abajo del pecho. La túnica esrosada, y en donde le hiere la luz muy clara y tan bellamente trabajados o ejecutados sus trazos, a la que abrocha el cuello un botón amarillo. Por este lado se le desprende la fimbra de la túnica y por el derecho la del manto, y de estos dos extremos está asido el hermoso atlante, cargando sobre su cabeza; y en el encuentro del ala izquierda la luna, sobre quien pisa María Santísima, cuyo calzado es de color amarillo oscuro. Está este glorioso espíritu en ademán o movimiento de quien acaba de volar; y esto se conoce no sólo en la actitud o movimiento que nos representa su dibujo, sino también en las alas, que teniéndolas a medio recoger, parece que ya suspendió su vuelo, también lo da a entender el que no carga con el ala derecha para sostener. Tiénelas matizadas en un modo que hasta ahora no se ha visto ejecutado por pintor alguno; porque las plumas de una y otra se dividen en tres clases u órdenes, de manera que los dos encuentros son de un azul finísimo a que se sigue un orden de plumas amarillas y las del tercer orden, encarnadas, aunque estos colores no son tan vivos o subidos como suelen pintarlos. Tiene por respaldo nuestra Guadalupe Reina un sol que hermosamente la rodea, el que se compone de cientoveintinueve rayos: sesentaidos por el lado derecho y sesentaisiete por el siniestro, tan lucidos y bien ejecutados que da que admirar su buena disposición. Hay igual distancia entre unos y otros, son unos un tanto cuanto serpeados, como que centellean, y los otros, rectos, están colocados en este orden: uno recto y otro serpeado. Sírvele de fondo a este luminar el campo que se deja ver entre sus rayos en un modo extraño, porque el contorno de la Señora es tan blanco, que parece estar reverberando de un color amarillo oscuro y se concluye por el contorno de nubes rosadasy casi rojas. Terminan los rayos en punta hasta casi tocar en las nubes y éstas haciendo un rompimiento le forman a nuestra Reina un nicho u orla en cuyo centro está su Real Persona.
Nuestra Santísima Madre, Virgen de Guadalupe, nombrada aquí, es, a mi parecer, la conciliadora entre dos formas de adoración y veneración, y la unión de dos mundos adversos; porque en su manto lleva el firmamento, a sus pies la luna y detrás de ella el resplandor del sol; noche y día, sombra y luz. Y sus manos en forma de oración nos muestran una mano morena, como la de Nuestro pueblo y otra mano, blanca, como la de Nuestros conquistadores.
Sólo la vista de esta celestial maravilla eficazmente persuade, y más a los inteligentes, que toda es obra milagrosa, y que excede con clarísimas ventajas a cuanto puede llegar la mayor valentía del arte: el lienzo por sí y por lo que es pintura, es el más auténtico testimonio del milagro, en un modo tan soberano e incomprensible, que no se puede explicar con la materialidad. Y el habernos dejado nuestra Dulcísima Madre esta milagrosa memoria, bellísimo retrato suyo, parece que fue a adaptarse al estilo o lenguaje de los indios. Ya dijimos lo extraño de su dibujo; sobre el pie derecho a poca distancia del cañón principal que descansa sobre él en una quiebra que hace, tiene un número ocho, índice, a mi ver, con que nos acuerda que su portentosa y primera aparición fue dentro de la octava de su Concepción Purísima, de cuyo misterio es la más fiel y ajustada copia; si no es que diga que este número nos quiere decir que es la Octava Maravilla del Mundo.
Vivamos, pues, agradecidos a tan gran beneficio, no sólo por el esplendor y nobleza que aquí resulta a la pintura sino mucho más, porque semejante favor hasta hoy a ninguna otra nación se ha concedido. Todo ceda en honra y gloria de Dios, en culto y veneración de Nuestra Santísima Madre y en comprobación de su maravillosa y celestial pintura.
Maravilla Americana, 1756, (Editado por Graciela Mejía González).
Ver: San Miguel Arcángel, Luis Juárez https://vieliteraire.blogspot.mx/2013/07/san-miguel-arcangel-luis-juarez.html
Ver: San Miguel Arcángel, Luis Juárez https://vieliteraire.blogspot.mx/2013/07/san-miguel-arcangel-luis-juarez.html
El secreto de los flamencos http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/el-secreto-de-los-flamencos.html
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La magnolia, Julio Ruelas http://vieliteraire.blogspot.mx/2013/07/la-magnolia-julio-ruelas.html
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