El libro, un mundo espiritual

Dejo caer una gota y el folio blanco se convierte en terreno llano y helado donde tiritan los brezales, sin caminos, nada, ni siquiera una cabaña, tan sólo por aquí y por allá torbellinos de nieve arrancada por el viento, una sucesión de ondulaciones brumosas que se pierden bajo el silencio cada vez más amplio y profundo. Cada forma que ves la piensas con la vista. Todo lo que ha adquirido una forma fue antes un fantasma. 

No es sólo la cubierta lo que importa en un libro. Su composición tipográfica, la competencia en la corrección de pruebas, incluir, entre otros, una escritura con letra legible, ritmo tipográfico, un nivel de lengua correcto y una buena edición; debe estar impreso en un papel de un color roto, de PH neutro y en un negro rebajado para no ofender la vista del lector, la calidad de la traducción que se ofrece, el hecho de poder organizar estructuralmente el libro por su jerarquía tipográfica, aquello que nos permite saber en qué parte del libro está uno, como si anduviera por su casa, si uno está en un subsubcapítulo o, por el contrario, está en una división menor. Saber con precisión, en un ensayo, en qué parte se encuentra uno ayuda extraordinariamente al lector. Contribuye además a algo fundamental antes de encarar la lectura, que es el estado de espíritu con que alguien se enfrenta a ella. Cuando Friedrich Schinkel, el gran constructor de museos en Berlín, se planteó cómo deberían ser éstos, pensó en ellos como un templo, con unas escaleras de ascenso al edificio. El visitante sabe entonces que, al entrar en ese museo, entra en un espacio distinto del cotidiano, con una elevación del espíritu similar a la que siente el fiel que entra en una iglesia. Sabe que se requiere un cambio en su tono habitual, en su tono cotidiano, del espacio en el que vive habitualmente para adquirir otro de un nivel superior. Hoy advertimos, por cierto, y no deja de ser curioso, cómo se insiste en poner lo artístico en el mismo nivel que lo cotidiano, y a veces incluso por debajo. Baste ver cómo el visitante del Guggenheim de Bilbao desciende para entrar, cosa que creo que puede dar una ligera idea de lo que uno puede encontrar dentro. Pero, claro, la elevación y el cambio, la conciencia de salir de lo ordinario y lo cotidiano para entrar en otro espacio, el espacio de lo espiritual, debe sugerirlo el objeto al que uno se enfrenta. Eso no quiere decir que el objeto deba ser obligatoriamente de una extraordinaria belleza, o que deba ser un libro de bibliófilo, no; no quisiera referirme a eso, me estoy refi riendo a un humilde libro bien hecho, bien compuesto, con una tipografía transparente e invisible. Para empezar, es evidente que un libro bello en él mismo ya atrae nuestra atención. De hecho, eso es algo que sabe cualquier especialista en marketing de cualquier editorial: procura hacer un objeto agradable al lector, que llame su atención en una librería y al cual se acercará por su atractivo. La forma, sin duda, creo que completa el libro; no estoy hablando —insisto— de los libros de lujo. Pero además contribuye a otra cosa que me parece importantísima, que es darle jerarquía en el caos de información en el que estamos sumidos. Me temo que la cantidad extraordinaria de información a la que estamos sometidos diariamente ofrece más la imagen de caos informe que de auténtica información real. La falta de jerarquía en la información que nos llega por todas partes nos obliga a la jerarquización si pretendemos movernos en el terreno de lo auténticamente útil y no quedarnos en una simple imagen plana. Son varios los artistas que han manifestado su amor por el límite, por los límites como algo fundamental en el arte. Sin duda: sin límites no hay arte; sin un marco no hay posibilidad de arte. El marco de un cuadro nos ofrece una visión, a través de ese marco, de una realidad que nos es subrayada, nos es individualizada, nos es puesta en consideración más allá de lo general y de lo infinito. Tal y como Durero afirmaba, los cuadros son vistas a través de algo. Y es el marco a través del que vemos quien nos ofrece el límite, quien nos subraya la importancia de lo visto, quien nos valora y sitúa lo que estamos viendo. El libro es, en cierta medida, uno de esos marcos, y su diseño —aunque no solamente su diseño, como ahora intentaré esbozar— dibuja, precisamente, esos límites. Como es natural no es sólo la forma de un libro la que determina su categoría, pero esa forma guía indefectiblemente a su lector, le da, por decirlo así, indicaciones de lectura. Una novela negra publicada en una colección de alta literatura la “marca” indeleblemente, y determina el tipo de lectura que de ella hará un lector cultivado. Voy a ir más lejos: me pregunto si existe algún libro sin forma en la mente de un lector, es decir, si es posible un libro en un espacio etéreo y aislado, una categoría platónica pura. En un catálogo organizado, como digo, ese libro entra en diálogo inmediato con los demás libros que forman parte de él. Se integrará en un contexto. El editor sin duda organiza y articula un espacio en el que los libros toman un volumen distinto al que adquirirían si se encontraran en otro lugar. Hay una parte empresarial, importante en efecto, en el editor. No concibo una editorial que no tenga muy en cuenta su cuenta de resultados. Si se quiere decir de otro modo: una editorial debe ser un negocio. Que se mueve en un sutil equilibrio entre lo económico y lo espiritual. Por eso ayuda también, y en una medida nada menospreciable, a la construcción de un patrimonio colectivo. La edición ha contribuido, desde su fundación allá en los scriptoria medievales y en su posterior industrialización, a la construcción del mundo espiritual en el que se ha movido y que le ha dado sustentación.

Jaume Vallcorba

Ver: El aprendiz de Dios  http://vieliteraire.blogspot.mx/2012/03/el-aprendiz-de-dios.html
De las artes imitables http://vieliteraire.blogspot.mx/2012/02/de-las-artes-imitables.html
La llama de una vela  http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/12/la-llama-de-una-vela.html
La historia de un libro  http://vieliteraire.blogspot.mx/2012/04/la-historia-de-un-libro.html 
La cafetera  http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/06/la-cafetera.html
El hombre de letras  https://vieliteraire.blogspot.com/2018/12/el-hombre-de-letras.html