sostenido por sus trémulas y humanas alas ¡El miedo y la esperanza!
¿Por qué no quiero libertarme, aunque sea de un modo fatal, del amor que me inspiró su cuerpo? ¿Por qué no he de contentarme, como harían muchos de mis semejantes, en gozar únicamente de su belleza física prescindiendo de lo que la anima? Porque no puede atenuar en mi conciencia, con ningún razonamiento, una secreta certidumbre cuya permanencia me roe el alma con un remordimiento insoportable. Ahora siento en mi corazón, en mi cuerpo y en mi espíritu, que en todo acto de amor no se escoge solamente la ración de nuestro deseo. Es desafiarse a sí mismo, por cobardía sensual, aceptar un alma y fundirla con la nuestra, creyendo que se pueden excluir los atributos que nos sean inconvenientes. Como aquel espíritu es el único que puede producir las formas y los deseos que anhelamos, no cabe más que desposarse con el todo. El enamorado quiere ahogar inútilmente aquel pensamiento último y absoluto, que es el convencimiento de que se ha empapado todo del alma que poseyó con el cuerpo, y a la cual, cándidamente, creyó que podría excluir y descartar.
¿Qué son las cosas sino nuestros conceptos? ¿Qué somos nosotros sino aquel deleite que al admirar las cosas nos trae el reconocimiento de encontrar en ellas algo de nosotros mismos? El amor quiere salir de sí, confundirse con su víctima, como el vencedor con el vencido, y conservar, sin embargo, privilegios de conquistador. Caridad y ferocidad, ambas son independientes del sexo, de la belleza y el género animal. El amor no es una pasión, porque ninguna virtud es pasión, y todo amor es cierta virtud. Ocurre a menudo que la posesión mata los poemas más inmensos del deseo, porque rara vez el objeto poseído responde a nuestros sueños. El mundo ridiculiza las pasiones que rara vez siente, sus escenarios y sus intereses distraen la mente; depravan el gusto, corrompen el corazón y el amor no puede existir para aquellos que han perdido la fe en la dignidad de la inocencia. Virtud y sabor son casi lo mismo, porque la virtud es poco más que un gusto activo y el más delicado afecto de cada uno se combina en el amor verdadero. ¿Cómo es posible entonces que busquemos amor en las grandes ciudades, donde el egoísmo, la disipación y la insinceridad ocupan el lugar de la ternura, la sencillez y la verdad?
Las penas superficiales y los amores superficiales continúan viviendo. Los amores y las penas grandes son destruidos por su propia plenitud. El amor, por grande que sea, permanece en estado latente como todo lo que vive sin esperanza. Le queda la percepción de un ser sublime, de una creación ideal que colma todas las aspiraciones del soñador, todos los apetitos del monstruo humano que se llama poeta. Se sufre más que por su amor, y siente que su alma le abandonaba por este recuerdo, como los heridos que agonizan sienten que la vida se les va por la herida que les sangra. Pero, es en el lugar de la voluptuosidad, es en el lugar de la decepción, es en el fondo, es en la última verdad de la vida; sin la decepción agotadora en la que al mismo tiempo fallan las fuerzas de amar, la avidez de gozar, es la disposición de la muerte. Lejos de ser una cobardía la búsqueda del placer es la avanzada extrema de vida. El delirio de la audacia es la astucia que utiliza en nosotros el horror de ser saciados. Amar es sin duda la posibilidad más lejana infinitamente, los obstáculos escamotean el horror al furor de amar. El deseo y el amor se confunden, el deseo es la medida de la totalidad del deseo. Un amor insensato no tiene más sentido que yendo a otro amor más insensato, sin embargo, los que padecéis porque amáis, amad más todavía. Cuando el amor no es locura, no es amor. ¡Morir de amor es vivir! El dolor es el principal alimento del amor, y todo amor que no se alimenta con un poco de dolor, muere.
Amar, es vivir en un mundo que es creación del propio corazón, cuyas formas y colores son tan brillantes como engañosas e irreales. Para los que aman no hay día ni noche, invierno ni verano, sociedad ni soledad. No hay más que dos etapas en su deliciosa pero quimérica existencia, ambas marcadas en el calendario del corazón: presencia y ausencia. éstos son los sustitutos de toda la distinción entre naturaleza y sociedad. El mundo para ellos contiene tan sólo a un individuo, y ese individuo es para ellos el mundo tanto como su solo morador. La atmósfera de su presencia es el único aire en que pueden respirar, y la luz de sus ojos el único sol de su creación, en cuyos rayos se calientan y viven. Es vivir una existencia de perpetuas contradicciones; sentir que la ausencia es insoportable y, sin embargo, estar condenados a experimentar la presencia del amado casi de igual manera; tener diez mil pensamientos mientras él está ausente, cuya confesión creemos que hará deliciosa nuestra próxima entrevista, y, sin embargo, cuando llega la hora del encuentro, sentirnos privados, por una timidez a la vez opresiva e inexplicable, del poder de expresar uno solo; ser elocuentes en su ausencia, y mudos en su presencia; esperar la hora de su regreso como el amanecer de una nueva vida y sentir en suspenso, cuando llega, todas esas fuerzas que según habíamos imaginado restablecería su energía; ser la estatua que se enfrenta al sol, pero sin que éste produzca música en ella; estar pendiente de la luz de sus miradas, como lo está el viajero del desierto de la salida del sol; y cuando irrumpe en nuestro mundo vigil, hundirnos lánguidamente bajo su abrumadora e intolerable gloria, y casi desear que fuese de noche otra vez; ¡eso es el amor! —Sentir que nuestra existencia se halla tan absorbida en la suya, que perdemos toda noción menos la de su presencia, toda simpatía menos la de sus goces, todo sentido del sufrimiento menos cuando sufre él; ser sólo porque él es, y no tener otra razón para la vida que la de dedicarla a él, mientras aumenta nuestra humillación en proporción a nuestro afecto; y cuanto más te inclinas ante tu ídolo, menos parece que vale tu postración como expresión de tu sentimiento, hasta que eres sólo él, no ya tu mismo. Sentir que, ante el sacrificio de ti mismo, todos los demás son inferiores, y por tanto, todos los demás sacrificios deben fundirse en él.
Al pedir al amor algo que no es el amor, uno ha olvidado que el amor estaba desnudo; no se ha comprendido el sentido de ese maravilloso símbolo. Le ha pedido vestidos de brocado, plumas, diamantes, un espíritu sublime, ciencia, poesía, belleza, juventud. Todo lo que no es, porque el amor no puede ofrecer más que lo que es, y quien pretenda extraer de él otra cosa no es digno de ser amado.
Sin duda uno se ha precipitado demasiado. La hora aún no ha llegado, pero ¿por qué le ha llegado antes el amor que el amante? Y se padecen todos los ardores de la pasión sin experimentar su éxtasis y sus inefables delicias. Ahí se conocen sus tormentos y no sus placeres. Se siente uno celoso de lo que no existe, se tienen insomnios, se derraman lágrimas que caen a tierra sin ser enjugadas; se dan besos al viento que no son devueltos, se espera lo que no ha de venir y se cuentan las horas con ansiedad como si se tuviese una cita. Es ahí en done yo compadezco y admiro a quienes persiguen su sueño a través de toda la realidad y mueren contentos con solo haber besado una vez en la boca a su quimera. Pero, ¡que espantosa suerte la de los amantes que no hallaron a su amado! A quienes han muerto con la palabra que tenían que decir y sin apretar la mano que les estaba destinada; a todo lo que ha fracasado y todo lo que ha pasado sin ser advertido, al genio sin salida, a la perla desconocida en el fondo del mar, a todo lo que ha amado sin ser amado, a todo lo que ha sufrido y nadie lo ha compadecido. ¡Qué terrible lucha han tenido vuestros sueños contra nuestras realidades! Se cierra la puerta y ya no se ve nada. Y se bajan los ojos llenos de lágrimas corrosivas y la mirada fija en esta pobre tierra descarnada y pálida, en estas chozas en ruinas, en esa gente vestida de harapos, en vuestra alma, árida roca en la que nada germina, en todas las miserias e infortunios. Lo que yo pedía ante todo no era la belleza física sino la belleza del alma; era el amor, pero el amor como yo lo siento no está dentro de las posibilidades humanas. Y, sin embargo, me parece que yo amaría así y daría más de lo que exijo.
¡Qué magnífica locura! ¡Qué sublime prodigalidad! Entregarse por completo sin guardar nada para sí, renunciar a la posesión y al libre albedrío, poner la voluntad en brazos de otro, no ver más que por sus ojos, no oír sino con sus oídos, no ser sino uno dentro de dos cuerpos, fundirse y mezclar las almas de forma que no se sabe si se es uno u otro, absorber e irradiar continuamente, ser ora la luna ora el sol, ver a todo el mundo y a toda la creación en un solo ser, desplazar el centro de la vida, estar dispuesto en todo momento a los mayores sacrificios y a la abnegación más absoluta; sufrir en el pecho de la persona amada, como si fuese el vuestro. ¡Oh, prodigio! Duplicarse con la entrega. Así es el amor como yo lo concibo. Amor, estima propia, esperanza: se van y vienen como nubes, y en préstamo fugaz como si el hombre fuera inmortal, poderoso.
Escritores del siglo XIX
Ver: La doble llama http://vieliteraire.blogspot.mx/search/label/La%20doble%20llama
Un acto que condena la pureza http://vieliteraire.blogspot.mx/2015/08/un-acto-que-condena-la-pureza_30.html