La modernidad, el París romántico de Baudelaire

Nuestra época no es menos fecunda 
que las antiguas en temas sublimes.
































Modernus es una palabra que procede del latín medieval, modo: tiempo y hodiernus: lo ocurrido, es decir, lo ocurrido hace un instante, lo inmediatamente después o lo que todavía está ocurriendo en el espacio público. Baudelaire, quien se encontró inmerso entre el romanticismo de sus primeros tiempos como poeta y como hombre de reflexión en la vida moderna, nos muestra las cualidades de estas dos tradiciones culturales que se mezclanban íntimamente y nos dejó un legado por escrito para definir lo moderno.
El romanticismo  tiene su modo de concebir la temporalidad que influirá en la estética posterior. El tiempo ya no es lineal, ahora es circular, en donde participa el recuerdo, el primero se encuentra inmerso en el mundo de las correspondencias y el segundo desgarrado por la ironía. La idea de belleza proviene de las pasiones y cada imagen contiene su doble y su negación, el amor y la traición, lo bello y lo siniestro, la plenitud y el dolor, la vida y la finitud. El artista es el hombre que implica esta dualidad y muestra su yo desgarrado entre lo bueno y lo malo. Eso que lo desgarra es la libertad en la búsqueda de la sombra, del vacío y de la nada en su viaje interior.
Los poetas románticos tienen en su reflexión con el mundo una meditación poética. El poeta evoca las costumbres de su tiempo y nos habla de los amantes. Los amantes viven cerca sin poderse tocar y languideciendo sobre montañas altas e imponentes y separadas por un abismo infranqueable, los caminos que toman son distintos y radicalmente opuestos en donde la comunicación es impensable, pero llegan a coincidir en alguna parte. El amor no será eterno, al menos aquí en la Tierra. El enamorado desea beberse el mar de un solo trago por su amor efímero y a la vez desea borrar el destino fatal. El poeta se pregunta, ¿flotamos en una nada infinita?, ¿nos persigue el vacío con su aliento? Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa sangre?, ¿qué son estas iglesias, sino las tumbas y los monumentos funerarios de Dios?
La concepción de Baudelaire con respecto a la modernidad se verá reflejada en una búsqueda de lo nuevo y lo desconocido. Hay que esperar sin esperanza, esperar sin amor, entregar nuestro cuerpo a un amante desconocido.
Baudelaire componía en la calle, en cafés, tabernas, salas de redacción y bulevares. Visitó el café de la Rotonde y el Momus, a la entrada de la calle Saint-Germain, en el cual se reunía todo un grupo de artistas (llamado le Gothique), entre ellos escritores y pintores. Uno de los mayores placeres de Baudelaire era discutir con los taberneros. Su carácter se definía agresivo, de rareza, insolente, de gentileza tiránica o de un niño mimado.
Ernest Bouju, hijo de un coleccionista, era un aficionado a los libros hermosos y su placer consistía en rodearse de escritores. A Baudelaire le atrajo la idea de editar un libro de Edgar Allan Poe, que sería ilustrado por Constantin Guys. Ese proyecto no llegó a realizarse, pero vio en Guys a un artista digno de ser reconocido, por la estética de sus bocetos y dibujos. En 1861, Baudelaire muestra al ministro de estado el estudio que había escrito sobre Guys y logró que se lo publicaran en la revista Fígaro, titulándolo Le peintre de la vie moderne. Ese estudio es importantísimo porque permitió a los críticos definir la modernidad.
Baudelaire buscó en todas partes la belleza fugaz de la vida presente y supo concentrar en los dibujos de Guys el sabor amargo o burbujeante del vino de la vida. También conoció a Méryon, un grabador que se sintió muy interesado por lo fantástico en la vida moderna. Baudelaire definió el trabajo de este artista como sigue: ´´Raras veces vi representar de forma más poética la solemnidad natural de una ciudad inmensa... Pero un demonio cruel tocó el cerebro de Méryon; un delirio misterioso trastornó sus facultades, que parecían tan sólidas como brillantes... Para pintar la negra majestad de la más inquietante de las capitales.
En la metrópolis, que era París, el paisaje urbano era la fuente de inspiración, la buhardilla del poeta. Los objetos naturales como las estrellas y la luna se mezclan con los urbanos como la luz de las ventanas como  lo presentaba Méryon en sus aguafuertes. Baudelaire resume la estética solemne de la ciudad. La vida moderna pretende unir los fragmentos de su entorno, pero eso era una tarea difícil, pues la metrópolis es una gran mezcla de formas extrañas y colores dispersos y los mismos habitantes constituyen una gran masa. El transeúnte que va por las calles ya no cruza palabras con los otros que pasan, todos son extraños y esto se convierte en un juego de miradas y las posibilidades de encontrarse  almas gemelas depende del azar. De ahí la inspiración del poeta en donde esa mezcla de fascinación y de muerte caracteriza a toda relación amorosa. Los medios de transporte como el ómnibus, el tranvía o el tren contribuyen también al juego de miradas entre pasajeros. Todo existe para los ojos, nada para los oídos.
Para definir la modernidad, Baudelaire se basaba en las características de la condición económica, social y política del artista y lo define como un dandy. El héroe moderno que tiene sus propios deleites, dolores y deberes, es el que crea sus criaturas en lo adverso. El dandy es el individuo que se rebela contra la grotesca exaltación burguesa, el mal gusto y lo ridículo. En Inglaterra dandy significa literalmente elegante y refinado, es el intelectual burgués. En Francia es más bien un bohemio, refinado y culto, pero arrojado a la depravación y disipación. Su frialdad afectiva le exige ocultar su dolor y su alegría, rehuir al trato íntimo, mostrando su impasividad, característica de los seres superiores. Es un fuego latente que se deja adivinar, que podría pero no quiere irradiar. Baudelaire no expone ante ojos ajenos su corazón dolorido para recibir la limosna de la compasión y enmascara su sed de cariño con la frialdad. El poeta disfruta del gusto de ser el mismo o ser otro, como un alma errante que cuando lo desea entra en otro cuerpo. Obtener beneficios económicos por una actividad literaria era para Baudelaire una forma de prostitución.
El dandy es un sujeto con cultura que no tiene exigencias económicas, que deambula y observa y trabaja cuando quiere y porque quiere. Vive sumido en el spleen. En esa tristeza y hastío. Spleen significa melancolía, se trata de una afección caracterizada por una gran sensibilidad del sistema nervioso que siempre va acompañada de tristeza. Su particularidad es no ser nada, y por no ser más que vacío puede dar cabida a todo. Es la enfermedad del ocioso y sensible. Valéry dice que es el sabor amargo de quien no espera nada y al que nada interesa, el hundimiento del espíritu. Baudelaire lo llamaba una sensación de aislamiento insoportable, una ausencia total de deseos. Los poetas frente a la alegría vulgar, frívola y escandalosa del burgués, reivindicaron la melancolía como rasgo de una aristocracia del espíritu.
Otra característica de este tipo de personaje bohemio es la figura del caminante sin rumbo o flâneur, quien ha alcanzado la libertad de la razón sólo puede sentirse en la Tierra como un caminante que no se dirige a destino alguno, pues no lo hay.  Baudelaire confió al caminante la misión de espía de la multitud, en el merodeador solitario y vampírico. Ese flâneur o curioso es un convaleciente que acaba de regresar de las sombras de la muerte y su renacer lo hace ver todo como una novedad, el que siempre esta embriagado y se instala en los ámbitos de la metrópolis en donde lo público y lo privado es menos acusado, las galerías comerciales, los parques, los cafés y las calles peatonales. Deambula permitiéndose mirar a la multitud y todo ello sin que deje de practicar en su soledad los azares de la rima, tropezando con las palabras como con el empedrado, dando a veces con versos largo tiempo soñados. Vestido de negro, con sombrero de copa y bastón de paseo, como un auténtico dandy  y su destino condenado irremediablemente a la vida bohemia. Ese paseante sombrío y solitario se culpaba de su carácter miserable, añorando el tiempo perdido con atracción por el suicidio.
El artista vaga por las calles, el desdichado: yo soy el tenebroso, el viudo, el desconsolado, y mi laúd constelado ostenta el negro sol de la melancolía. En la noche de la tumba, tú que me has consolado, devuélveme la flor que tanto gustaba a mi corazón desolado. Y el solitario: Sé que el Demonio frecuenta con agrado los sitios áridos, pero pudiera ser que esta soledad no fuera peligrosa más que para el alma ociosa y divagadora que la puebla con sus pasiones y sus quimeras.
Con las flores del mal, Baudelaire pretendía integrar en la poesía la modernidad de la vida en la metrópolis. Una prosa poética, musical, sin ritmo y sin rima, lo bastante flexible y contrastada para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones del sueño, a los sobresaltos de la conciencia. Lo moderno atrae al artista porque despierta en el la curiosidad. Lo inesperado, la sorpresa y el asombro serán una cualidad de la belleza y a pesar de que lo moderno está condenado a la obsolescencia porque su propia condición le impide evolucionar sin dejar de existir. Es decir el incremento de la novedad conlleva a lo desechable y en esa metrópolis el artista vive prostituyéndose, perdiendo su aureola y convirtiendo su inspiración en mercancía. El entorno material va en acelerado crecimiento, más rápido que sus sentimientos y Baudelaire descubre con tristeza que en esas calles de la metrópolis de París todos los ancianos y los marginados son muertos que han sobrevivido a su época y que vagan como vampiros en un mundo que ya no es suya. Son los que se han aferrado a la nostalgia de un pasado romántico, que se niegan a despertar y darse cuenta de que el tiempo va cambiando y los ha dejado atrás.
Los jóvenes que soñaban con el romanticismo se disfrazaban de bohemios y frecuentaban los cafés más pobres de Montmartre y buscaban aventuras, pero eso era solo añonza por el pasado, el presente era el modernismo. Los poetas que estaban en contra de la sociedad de su tiempo y ésta los ignoró y los maldijo, (por eso Verlaine hizo célebre su expresión los poetas malditos), pretendieron emular al ángel luminoso arrojado a las tinieblas y en conflicto con su corazón e inteligencia terminaron siendo los verdugos de sí mismos. El romanticismo fue perdiendo su valor frente a lo moderno como lo mencionó Diderot: La sensibilidad apenas caracteriza al genio. No es su corazón, sino su cabeza quien lo hace todo. Y los poetas insistían en que no hay perfección artística sin emoción ni oficio poético sin temperamento.
Desde un punto de vista nihilista y bajo la postura de Nietzsch, el existencialismo llega a poner fin al ideal romántico de Baudelaire. Lo que procede ahora es la idea moderna del hombre libre, del hombre como proyecto. Las ideas progresistas del siglo XIX murieron. El problema de la estética moderna es que se llegó a un punto en el que se dice: hemos llegado a verlo todo, entenderlo todo y aceptarlo todo, inmersos en el desorden de un mundo fragmentado. Para un poeta moderno como Baudelaire, el mundo exterior se fundirá con el interior, y éste se hará cada vez más misterioso e insondable.

Graciela Mejía González

Ver: Van Gogh, la expresión inquietante de una naturaleza extraña  http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/09/van-gogh-la-expresion-inquietante-de.html
El París de los impresionistas   http://vieliteraire.blogspot.mx/2017/02/el-paris-de-los-impresionistas.html
Édouard Manet, Una temporada en Bellevue  http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/05/edouard-manet-una-temporada-en-bellevue.html