Puesto que han sido necesarios, en todas las épocas y en todas las naciones, dioses y profetas para enseñar a la humanidad animalizada, y que el hombre, solo, habría sido incapaz de descubrirla. El mal (el vicio), se hace sin esfuerzo, naturalmente, por fatalidad; el bien es siempre producto de un arte, por lo tanto la virtud es artificial y sobrenatural. La imagen femenina es el símbolo de lo terrible y lo sublime al mismo tiempo, en la Francia del siglo XIX fue adoptada como tema y como mercado. Madre, nodriza, hija, estrella de cabaret, actriz, bailarina o cortesana, pero es ésta última la más enigmática y seductora de todas. Las novelas más interesantes de este siglo tienen una, desde Manon hasta Naná, y entre La Fanfarlo y Margarita Gautier; porque son las cortesanas las mujeres más idóneas para describir las pasiones humanas. Hubo un tiempo en que las actrices de teatro, —que también, a veces, eran cortesanas— fueron asediadas, perseguidas y reverenciadas. Desde lo sublime en la escena, hasta lo frívolo en lo cotidiano. De un comportamiento femenino fuera de los cánones. El escándalo las perseguía, y la fama las convirtió en diosas, pero no sólo recaía en ellas el prejuicio de una inmoralidad tormentosa, sino una recóndita virtud y un desamparo: "Se veía en esta mujer la virgen que un azar había hecho cortesana y la cortesana que un hada habría hecho la virgen más enamorada y más pura. Aún había en Margarita orgullo e independencia, dos sentimientos que heridos son capaces de hacer lo que hace el pudor". ¡Pobres criaturas! —añade Alejandro Dumas—, si es un error amarlas, al menos compadezcámoslas. Compadecéis al ciego que nunca vio la luz del día, al sordo que nunca oyó los acordes de la Naturaleza, al mundo que jamás pudo emitir la voz de su alma y por un falso pretexto de pudor no queréis apiadaros de esta ceguera del corazón, de esta sordera del alma, de ese mutismo de la conciencia que vuelve loca a la desgraciada afligida y que la hacen, a pesar suyo, incapaz de ver bien, de oír al Señor y de hablar el puro lenguaje del amor y de la fe. En la literatura del siglo XIX, incluso de otros siglos, estas mujeres fueron el ícono del vicio y la virtud; pero se explotó más en el siglo XIX. Yo mencionaría entre estas a Madame Bovary también, que sin haber sido cortesana marcó la diferencia entre una mujer sumisa y una mujer liberal de su tiempo. En México también tuvimos una, la famosa, Santa. Y son ellas las que hacen posible una buena historia de novela, la perdición de los hombres son ellas y la perdición de ellas es la fama: "Es que ahora que me ha recibido, que la conozco, que sé todo lo que hay de extraño en usted, me es indispensable, y que me volvería loco, no únicamente si no me amase, mas si no se dejase amar por mí… El recuerdo de Margarita me perseguía sin cesar. Amaba demasiado a esa mujer para que me pudiese resultar indiferente de pronto. Era preciso que la amase o que la odiase. Era preciso, sobre todo, que fuera cual fuera mi sentimiento hacia ella, la volviese a ver y cuanto antes mejor. Ese deseo se fijó en mi espíritu con toda la violencia de la voluntad que reaparece al cabo en un cuerpo inerte después de mucho tiempo". "Mis sentimientos eran una alternativa constante de odio y amor, de esperanza o desesperación, según como Manon se representaba en mi espíritu. Tan pronto la veía como la más amable de todas las muchachas y languidecía de deseo por ella, como me la representaba infame y pérfida amante y me juraba mil veces buscarla para castigarla". De esta manera nos hacen sentir Dumas y Prévost en la voz de sus protagonistas, su angustia ante la idea de querer para sí mismo a una mujer que le pertenecía a todos, sin poder evitar su frustración; al respecto nos preguntamos: ¿Son realmente sinceras nuestras pasiones? ¿Quién puede saber con seguridad lo que quieren ellas y conocer a la perfección el barómetro de su corazón? Confirmamos que las pasiones son el motor de los placeres y la perdición humanos, pero son inevitables para sentirnos vivos. "Que las resoluciones humanas cambien, es cosa que nunca me ha sorprendido; una pasión las engendra, otra pasión puede destruirlas; pero cuando pienso en la santidad de las que me habían conducido a San Suplicio, y la alegría interior que por gloria del Cielo yo sentía al practicarlas, me asusto de la facilidad con que pude romperlas. Si es cierto que la ayuda celestial es en todo momento de igual fuerza que la de las pasiones, que me expliquen por qué funesto ascendiente se ve uno arrastrado de pronto lejos de su deber, sin ser capaz de la menor resistencia ni sentir el más leve remordimiento… No hay tiranos, ni cruces, y que se ve multitud de gente virtuosa que lleva una vida apacible y tranquila. Pero yo os diré también que hay mil amores tranquilos y afortunados, y —una cosa más en favor mío— añadiré que el amor, aun cuando algunas veces engaña, sólo produce satisfacciones y alegrías, mientras que la religión quiere que la gente se atenga a una práctica triste y mortificante." ¿Y qué piensan ellas de todo esto? "Yo estoy harta, al fin, de ver a gentes que vienen siempre a pedirme lo mismo, que me pagan y que con eso se creen cumplidos. Si las que empiezan nuestro vergonzoso oficio supieran lo que esto es, se harían mejor doncellas. Pero no; la vanidad de tener vestidos, coches, joyas, nos impulsó a ello; creemos lo que oímos, pues la prostitución tiene su fe, y poco a poco gastamos el corazón, el cuerpo, la belleza; nos temen como a una bestia salvaje; nos desprecian como a un paria; estamos rodeadas de gente que nos toman más que nos dan, y un buen día vamos a rabiar como un perro, después de haber perdido a otros y de haberse perdido una misma… La joven, mientras más cree en el bien más fácilmente se abandona, si no al amante, al menos al amor, pues al no tener desconfianza está sin fuerza, y hacerse amar de ella es un triunfo que todo hombre de veinticinco años podrá lograr cuando quiera. Y esto es tan verdad, ¡que observe cómo rodean de vigilancia y murallas a las jóvenes solteras! Los conventos no tienen muros bastante altos; las madres, cerraduras bastante fuertes; la religión, deberes bastante duros para encerrar a estos pájaros encantadores en sus jaulas, en las cuales no se toman siquiera el trabajo de echar flores". "Los que esculpimos pacientemente ese duro mármol que se llama verso, en nuestra miseria y nuestra soledad, no envidiamos aquel tumulto, aquellos aplausos, elogios y coronas, aquellas lluvias de oro y de flores, aquellos carruajes desenganchados por el entusiasmo, aquellas serenatas con antorchas, ni aun, después de la muerte, aquellos inmensos cortejos que parece dejan deshabitada una ciudad por algunas horas. ¡Pobres reinas sublimes! Envuélvelas del todo el olvido, y al caer el telón de su última pieza las hace desaparecer por siempre. Perfumes evaporados, sonidos desvanecidos, imágenes fugitivas: sabe la gloria que no deben vivir, y les descuenta los favores que hace esperar durante tan largo tiempo a los poetas inmortales". Quien había fingido tantas veces la pasión, se vio forzado a experimentarla; pero no fue el amor tranquilo, sereno y fuerte que inspiran las muchachas decentes, sino el amor terrible, desolador y vergonzoso, el amor enfermizo a las cortesanas.
Graciela Mejía González
Ver: Naná http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/nana.html
Naná o la mujer ante el espejo, Édouard Manet http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/nana-o-la-mujer-ante-el-espejo-edouard.html
Un acto que condena la pureza http://vieliteraire.blogspot.mx/2015/08/un-acto-que-condena-la-pureza_30.html
Madame Bovary, Gustave Flaubert http://vieliteraire.blogspot.mx/2015/06/madame-bovary-gustave-flaubert.html
Relato erótico 1 http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/relato-erotico-1.html
Relato erótico 2 http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/relato-erotico-2.html