El hombre de letras

Una idea que es el examen de una herida del alma debía tener en su forma la más completa unidad, la sencillez más severa.

Se dirá que los síntomas del genio surgen sin preñez o no producen más que obras abortadas. Una idea viene al mundo armada de todas armas como Minerva; reviste al nacer la única armadura que le conviene, y que ha de ser su forma estable en el porvenir; la una tendrá hoy una vestimenta compuesta de mil piezas; mañana, la otra, un sencillo ropaje. Si a todos parece bella, uno se apresura a calcarle la forma y a tomarle la medida; los retóricos anotan sus dimensiones, para que en lo futuro se corten otros parecidos.






La emoción nació con él tan profunda y tan íntima, que lo sumió desde la infancia en éxtasis involuntarios, en sueños interminables, en invenciones infinitas. La imaginación lo posee por encima de todo. Los que compadece, sufren menos que él, y perece con las penas de los demás. Se encierra como en un calabozo. Allí, en el interior de su cabeza ardiente, se acrece y se forma algo semejante a un volcán. El fuego se oculta sorda y lentamente en este cráter, y deja escapar sus armoniosas lavas, que se lanzas por su propio impulso en la forma divina de los versos. ¡Tan imprevisto y celestial es esto! Marcha consumido por ardores secretos y languideces inexplicables. Va como un enfermo y no sabe adónde va; se extravía tres días, sin saber adónde se ha arrastrado. El encanto maravilloso de los cultos, excelentes para elevar del suelo las armas vulgares, tienen eso de fatal para las más grandes almas: las empujan demasiado alto. A la edad en que los sueños y los deseos se escapan de nuestros espíritus con todos sus amores y se elevan al cielo tan naturalmente como el perfume de las plantas, nos apasionamos por tal maravilla enseñada en la cuna, se la teme y se la adora, y según la fuerza de la imaginación vase sin cesar multiplicando su grandeza y sus bellezas y rodeándola con las mágicas pinturas del delirio, hasta el momento en que el rayo de la luz verdadera aparta los vapores mentirosos y deslumbradores. Sabe el número de las palabras que pueden reunirse para aparentar la pasión, la melancolía, la gravedad, la erudición y el entusiasmo. Pero no tiene más que frías veleidades de estas cosas, y más que sentirlas las adivina; las respira de lejos como vagos perfumes de flores desconocidas. Sabe el sitio de la palabra y del sentimiento, y las fijaría matemáticamente en caso de necesidad. Se hace el lenguaje de los géneros como pudiera uno hacerse la máscara de los rostros. Puede escribir comedias y oraciones fúnebres, novelas e historia, epístolas y tragedias, canciones y discursos políticos. Asciende la gramática a la obra en lugar de descender de la inspiración al estilo; él sabe amanerar todo dentro de un gusto vulgar y fino, y puede cincelar todo con gracia, hasta la elocuencia de la pasión. Es el hombre de letras. Pero hay otra clase de naturaleza, naturaleza más apasionada, más pura y más rara. El que proviene de ella es inútil para todo lo que no sea obra divina, y viene al mundo con intervalos raros, dichosamente para él, desgraciadamente para el género humano. Él grita a la multitud: ¡A vosotros os hablo; haced que yo viva! Y la multitud no le entiende; responde: ¡No te comprendo! Si la filosofía viene en su ayuda, y puede domarse, llegará a ser útil y gran escritor; pero a la larga, el juicio habrá matado a la imaginación. La razón es una potencia fría y lenta que nos liga poco a poco por las ideas. La  desesperación verdadera es una potencia devoradora, irresistible, fuera de razonamiento, y que comienza por matar el pensamiento de un solo golpe. La desesperación no es una idea; es una cosa, una cosa que tortura, que aprieta y que muele el corazón de un hombre como una tenaza, hasta que se vuelva loco y se arroje en brazos de la muerte. Es la sociedad, que lo arroja en la hoguera. ¡Que el Cielo conceda un lugar a tu alma, a tu alma de fango, oh bárbaro! ¡Cree en él, ciego rebaño, y haz que parezca todo aquello que había embellecido y perfumado la tierra! ¡Que parezca la belleza ideal, la virtud ideal, el amor ideal!

Alfred De Vigny


Ver: El libro, un mundo espiritual  http://vieliteraire.blogspot.mx/search/label/El%20libro.%20Un%20mundo%20espiritual
La llama de una vela  http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/12/la-llama-de-una-vela.html
De las artes imitables  http://vieliteraire.blogspot.mx/search/label/De%20las%20artes%20imitables
La arquitectura divinizada  http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/08/la-arquitectura-divinizada.html