Naturaleza muerta 1954, Rufino Tamayo

Sandías que sangran bajo su piel de jade, 
abiertas como esa carcajada arqueológica que nos persigue, 
hecha obsesión, por entre ruinas…
Jean Cassou

Rufino Tamayo, Naturaleza muerta,
vinelita sobre aglomerado, 1954,
Museo Soumaya, México




La obra de Tamayo está hecha de dos vertientes artísticas que parecen opuestas, pero que sin embargo son contemporáneas; me refiero a el primitivismo del arte precolombino y lo contemporáneo del arte moderno. La comprensión del arte precolombino proviene de su reflexión y la estética moderna le hizo ver la modernidad de la escultura prehispánica. De ahí le vino su uso racional de las formas y su geometrización. El cosmopolitismo acentuado después de la segunda guerra crea un carácter internacional de estilos de artistas de nacionalidades y de culturas. Es aquí en donde se ve una similitud entre Tamayo y de Kooning por esa violencia generosa del color y la ferocidad del trazo. La presencia del arte prehispánico en la obra de tamayo se generó por el apasionado interés por lo antigua que por medio de las costumbres y conocimientos de esas civilizaciones nos descubrimos a nosotros mismos y por su plena convicción de que su obra permanece cerrada a las conmociones de la historia. Pero sí, aparece, definitivamente, la necesidad de un lenguaje moderno, de acuerdo con las presiones y las exigencias de la época, que haga válida dentro de una dimensión universal la expresión de su mundo. Es decir, que el mundo creado por Tamayo cumplió con todas las necesidades del arte moderno como nueva propuesta universal.
Las contribuciones más importantes hechas por Rufino Tamayo a la cultura del siglo XX han sido la adaptación de una tradición visual autóctona y la original manera de fusionar las formas, figuras y colores con las más avanzadas formas de expresión visual desarrolladas en Europa, por eso es que el arte, para serlo, necesita siempre abrir caminos nuevos. Por esto el arte no es nunca más que arte moderno. Y en cuanto es moderno, lleva en sí el pasado y el porvenir. Contra la obra no valen amenazas, insultos ni maniobras. Para Tamayo, la valoración del público, de la crítica, incluso del mercado, responde —en general— al valor real de las grandes figuras del arte de hoy.Tamayo es entonces tan grandioso como Picasso, Matisse y Braque.
Para abordar la obra por sus cualidades técnicas, me remito primero al tema del cuadro, que es naturaleza muerta como lo denomina el título de dicha obra y cito la siguiente definición: Naturaleza es la esencia íntima de un ser, de un conjunto de cosas naturales o todo lo que existe al margen de la voluntad del hombre y que no ha sido afectado por su acción. La naturaleza también  es un organismo y una persona. Es el conjunto de todo lo viviente concebido como una unidad. Es el mundo de los seres reales, entendiéndose  por ellos los que poseen espacialidad y temporalidad o los que están sometidos a las leyes generales, que no debe ser confundida con la que pertenece a las ciencias. Este cuadro muestra los objetos que al estar incorporados a la naturaleza muerta cobran vida propia. Kandinsky decía de Cézanne que había elevado la naturaleza muerta al rango de objeto exteriormente muerto e interiormente vivo. Estos objetos no son sólo de una fidelidad, sino que por estar despojados de su origen, están muertos, pero viven gracias al colorido del pintor. Tamayo confiere en el cuadro hay un dominio de medios expresivos heredados de Braque y Picasso, porque realmente comprendía el espacio plástico y lo lleva a un lenguaje personal. Tamayo no trata de reproducir, sino de transformar. El espacio entonces adquiere sentido y una densidad. Podría parecer ingenuo, pero sólo si se ve desde un punto de vista instintivo y aparentemente poco elaborado. Sus naturalezas muertas son mucho más dramáticas y hasta perturbadoras. En ellas la pintura se convierte en una forma de dominar una realidad amenazadora, sometida a un orden tan estricto que no puede permitir la existencia de ningún sitio libre de pintura, intocado por ella, porque eso bastaría para que el vacío, la irrealidad invadiera el cuadro. Naturalezas muertas, bodegones y cuadros de comedor sirven a diversas generaciones de artistas para estudiar composición, relación de volúmenes, texturas, colores, luces y sombras. En el México del siglo XX.
Tamayo al igual que Cézanne en el París de fin de siglo, llevó a este género pictórico a una de sus más complejas y bellas expresiones. Dejaron de lado la experimentación y buscaron la sola belleza de la poesía que da la reunión de diversos objetos y más aún sus formas; manzanas para Cézanne, Sandías para Tamayo. Para ambos la rotundez y hermosura de las formas fue más importante que el estudio sistemático de éstas. La facultad evocatriz de las cualidades de su pintura nos hace comprender que la naturaleza copia mal. Ya no es una simple naturaleza muerta, sino que está animada con la pasión del pintor, ha entrado a un mundo  general y sin tiempo, se le ha quitado por sorpresa su muerte permanente para hacerla vivir dentro de una fantasía. Sentimos cómo atrae nuestras miradas, cómo enciende nuestro tacto. Sensación llena del sabor de México —de esas tierras oscuras, frescas, húmedas, grasas—, que no vienen de la arcilla muerta, sino de la arcilla viva.
El tema que trata es la vida cotidiana, que  estuvo inmersa desde su infancia en el mercado de La Merced, donde seguramente probó las formas, los colores y los sabores de la fruta y sobre todo de la sandía, de tan lozana textura y colorido más se percibe como naturaleza viva de soberbia calidad pictórica. La obra que no muere ni en el tiempo ni en el espacio, como lo mencionó André Breton, brota del cuadro una frescura ingenua de tan directa.  En una búsqueda que nos lleva a la naturaleza sagrada, el dibujo queda sublimado ante el color que hace de sus repetidas formas cualidades emotivas. La pintura de Tamayo tiene una religiosidad que permanece velada por la razón y la sensibilidad que no atiende a las exigencias del pensamiento contemporáneo. También Tamayo considera que su pintura es realista porque las formas de los objetos que representa son concretos y también porque plasma las angustias y las alegrías del momento. Todo en esta obra es instinto y sensualidad puesto que está íntimamente ligada a la materia y  hace de nuestro tacto y los demás sentidos una invitación al goce estético. Esta obra atrae y mantiene a distancia al espectador que además provoca algo así como un apetito visual, como nos lo hace saber Octavio Paz. Cada elemento del cuadro es un fruto terso y palpable de colores y formas que se extienden en un espacio, pero ese espacio está vivo y nos representa frutos en un frutero y sobre una mesa y dos botellas de vino junto a una copa que nos embriaga de contemplación sublime. En esta pintura se somete el objeto por sus propiedades plásticas: su relación entre colores, líneas y volúmenes de afinidad natural, y las riquezas luminosas de su obra. Las masas soberbiamente coloreadas de los frutos y modelados con rotunda sensualidad. En el cuadro el rojo es el componente creador de la atmósfera y la fuerza visual que ejercen todas las sandías que a pesar de ser casi en su totalidad rojas no se pierden en el fono  también rojo que contrasta con la frialdad de la forma. El color se va haciendo más sutil y, sin perder nada de su fuerza, llega a matizar los contrastes más sorprendentes. Los frutos familiares, sólidos y grávidos, dejan adivinar su sabor. La cáscara  brilla, pero  el color se apaga en la fría proximidad de los azules y verdes. Se diría que la vida de estos frutos exalta la opulencia de un cálido país, de nuestro país.
El tema de esta obra es de sencillez y trata de una naturaleza muerta compuesta por una mesa sobre la que hay 12 tajadas de sandía, 14 manzanas sobre un platón o frutero y al lado de una copa otra manzana aislada de las demás, esta manzana es la clave de todo el cuadro. De acuerdo con el análisis de la proporción  y la forma en que fue construida esta obra, esa manzana se encuentra en el punto áureo. Es el equilibrio total del cuadro y parece tan indefensa, tan solitaria. La copa está  sobre una charola azul y al lado de ella dos botellas de vino, estos objetos se encuentran cercados al frente con dos respaldos de sillas de alambrón. El fondo  va de un rojo-naranja para las luces , hasta un rojo-violeta, pasando por un nos tintes azules al centro del cuadro. La obra para mi es una contradicción aparente: la delicadeza con que pinta parece ser amable y sobrecogedora de quien la contempla, sin embargo es la sombra fantasmal de un baño de luz que refleja soledad. A pesar de ser el rojo un color cálido, Tamayo nos muestra una imagen fría por sus tonos morados y azules. Lo frío está en el color y lo cálido está en el motivo. En la obra de Tamayo, las sandías representan un mito, por eso es que se repiten a través de varios de sus cuadros. Estas Sandías se encuentran pintadas en gamas de rojos y rosas delimitadas por el verde de su cáscara. Las manzanas son de un rico rojo lumínico que va de rojo brillante hasta un rojo oscurecido por el azul, el cual nos da como resultado un morado, debido a que está trabajado por capas transparentes superpuestas llamadas veladuras, muy al estilo de la acuarela o el temple.
Cuando me refiero a la forma, también estoy hablando de línea y de dibujo. En la obra el dibujo es el elemento intelectual y el color es la materia representada, sin embargo en Tamayo su obra vive por esa materia más que por su racionalidad. La economía de su trazo lo hace parecer más un gran colorista. Es muy sintético con su línea, que únicamente sirve de armazón al cuadro. El color es más elaborado si miramos a simple vista. Las formas en el cuadro aparentemente están despojadas de su individualidad, sin embargo no aparecen de manera casual. Su dibujo apenas circunscribe, apenas limita y recorta muchas veces lo que está representado. Casi podríamos decir que el dibujo es en él una delimitación raras veces trascendente y que sirve a la forma sólo en función de su color y de la preciosa materia de la pintura. En las figuras geométricas y sus relaciones entre sí, entre los colores que Tamayo usa se distingue: la etapa blanca, la de colores tierra, la de rojos que van de violáceos hasta rosados (a lo que los neoyorquinos llamaron el «Tamayo pink»). Es en ésta etapa que se ubica nuestro objeto de estudio. El uso de pocos colores es esencial como el mismo lo cita: A medida que usamos un menor número de colores, crece la riqueza de las posivilidades. Efectivamente, esa riqueza  se encuentra en el mínimo uso de colores, pero en el máximo de combinaciones que hace de uno solo, que le confiere sobriedad.
El color en la obra de Tamayo es antagónico por los contrastes entre tonos cálidos y tonos fríos y por la delicadeza y energía que proyectan. Como podemos ver, todo en esta pintura son contrastes. Sus colores son sombríos de delicados contrastes. El color es el que da vida a su pintura fisiológica y que a pesar de ser frío también por su razonamiento es cálido por su intensa sensualidad. Observemos el color verde, el blanco, el azul y el morado sobre ese fondo rojo intenso en luminosidad. La luz y el color están armonizados de modo que se vuelve una tensión o disturbio para el observador, de ahí su movimiento con sus acentos lumínicos más que sus sombras sutiles. En la distribución de las manchas de color también encontramos el ritmo del cuadro, pero no es el color que contienen las formas lo que hace a la obra casi plana, sino sus contornos.
En el cuadro la economía del color resulta sobria y elegante, no pasa de tener más de cuatro colores: rojo, azul, verde y blanco. Los colores fueron llevados hasta su máxima potencialidad, sin embargo el rojo en las sandías y en las manzanas predomina. El azul es discreto y agrisado y sobre la charola, la copa y las botellas realza al rojo. Tamayo considera que la pintura debe ser de dos dimensiones, las otras deben provenir de las forma y no de la perspectiva, porque cualquier insinuación de tres dimensiones traicionaría el sentido bidimensional de la pintura; por eso Tamayo mantiene sus colores en tonos casi iguales y las formas en un mismo plano. Sus volúmenes son compactos y plenos y mantienen la relación con el espacio que habitan y que es regido por sus propias leyes. Debido a que el trabajo por veladura de manera muy sutil, las formas me atrevería a decir, que casi no tienen volumen, por eso es que parece que están adheridas al fondo y esto le confiere precísamente   la bidimensionalidad al cuadro. Esto está ligado a la textura. Tamayo siempre mostró interés y preocupación por las texturas y sus propiedades físicas; táctiles y visuales. Por eso experimenta constantemente con materiales y técnicas, para plasmar la tersura de las figuras y del fondo con relación al espacio, las formas no están en el espacio, son el espacio mismo, con esto vuelvo a referime a imágenes bidimensionales. El peso de esas formas hace que exista una atracción y una repulsión, se oponen y se abrazan por su misma fuerza y generan movimiento. El dinamismo lo resuelve con inmovilidad. Nada está aislado, puesto que al recorrer con la mirada todo el cuadro; la distribución y el tamaño de las formas, el peso de éstas y de los colores, todo en conjunto forma un ritmo.
Tamayo consideraba que la técnica se enriquece con el trabajo manual de dominio y habilidad de la mano que maneja el pincel, pero también consiste  en observar la vida, las costumbres, las actitudes, los gestos. Pintar no para vivir, sino porque se tiene necesidad de pintar. Hay que ejecutar el oficio como un artesano. El cuadro fue construido por 7 láminas de masonite, unidas al muro por medio de un bastidor de madera.Tamayo trabajaba normalmente la pintura de caballete. Se dice que Tamayo trabajaba directamente sobre la tela, sin apuntes previos, por eso su composición resulta natural, además de que nunca pintaba con modelo, y si lo llega a hacer, sólo toma algunos apuntes, que no los tomará exactamente. Cuando está satisfecho remarca con carbón las líneas. Para la creación del mural de Naturaleza muerta yo creo que debió haber hecho apuntes previos en papel, porque está construido  por sección aurea y ello requiere de una planeación matemática. La composición de esta obra nos recuerda a las mesas cubistas; fugada en sus ángulos posteriores da cierta inestabilidad a las frutas que reposan sobre ella, sin embargo estas encuentran un punto de equilibrio con la ikuminación que emana de un foco de luz fuera del cuadro situado en el lateral superior izquierdo. En la posición de la mesa el foco de luz está fuera.
El cuadro no nos esta brindando un trozo del mundo real, por lo tanto lo calificamos como forma abierta por su carácter libre, (aunque parece casual sabemos que hasta la libertad tiene sus reglas). En el espectador cabe participar con su propia interpretación. Las líneas de todos los elementos de la pintura parecen estar conectadas unas con otras. Es totalmente geométrica y de trazo firme de manera formal, en este sentido la obra es cerrada, la estaticidad y rigidez de las líneas poseen sus límites, pero esos límites son irregulares ya que huyen de la verticalidad y la horizontalidad. La fluidez y el movimiento se dan por los desvíos de las líneas, es decir que hay ritmo. Al parecer el espacio y las formas están bien repartidas, pero ganan las formas. y estas formas son primitivas en el trazo simple, pero directo. El frente y el perfil no son opuestos, parecen estar en complicidad, no hay un punto de vista específico. La simetría esta dada como algo inherente en la obra, que parece prescindir de ella como una situación de equilibrio inestable (aparente). En la pintura existe un proceso diferente del lenguaje verbal, porque en un texto vemos palabras y en una pintura vemos líneas, formas y colores. La justificación radica más en el estudio de la forma, no tanto iconológico de una obra de Tamayo , así mismo porque la pintura es ante todo un fenómeno visual y las formas son las que hablan, no las intenciones ni las ideas del artista. El lenguaje de la pintura no es verbal sino plástico. Se trata más de su exploración del mundo de la pintura y un poco menos el mundo secreto, que es él mismo. Las formas y los colores que vemos cotidianamente y los que imaginamos son reales en la medida en que nos  emana el cuadro sus cualidades plásticas. La tela del muro es una superficie de dos dimensiones, cerrada al mundo verbal y abierta hacia su propia realidad.

Graciela Mejía González

Ver: Manzanas, Paul Cézanne  http://vieliteraire.blogspot.com/2013/07/manzanas-paul-cezanne.html
El arte de ruptura  http://vieliteraire.blogspot.mx/2013/06/el-arte-de-ruptura.html
El arte verdadero  http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/el-arte-verdadero.html
Van Gogh, la expresión inquietante de una naturaleza extraña  http://vieliteraire.blogspot.mx/2014/09/van-gogh-la-expresion-inquietante-de.html