Naná

Todo lo que digo de la naturaleza como mala consejera en materia de moral, y de la razón como verdadera redentora y reformadora, puede ser trasladado al orden de lo bello. Charles Baudelaire 

El lujo se había dejado a las mujeres más viles; la virtud debía caminar cubierta de harapos. Alexandre Dumas

Naná es una novela y el símbolo de la decadencia de un país, representado por la imagen de una mujer; sin embargo, también representa la degradación de los hombres, en cuyos excesos se ve sumida su alma y París fue un punto clave para que se detonara ese deterioro moral, social y humano por ser el lugar de la abundancia a mediados del siglo XIX. La mujer es sin duda una luz, una mirada, una invitación a la felicidad, una palabra algunas veces, pero es sobre todo una armonía general, no solamente en su porte y en el movimiento de sus miembros, sino también en las muselinas, las gasas, las amplias y tornasoladas nubes de telas con las que se envuelve, y que son como los atributos y el pedestal de su divinidad; en el metal y el mineral que serpentean alrededor de sus brazos y de su cuello, que añaden sus destellos al fuego de sus miradas, o que murmuran dulcemente a sus oídos. Así “Naná se hizo mujer de chic, rentista de la necedad y de la lascivia de los hombres, marquesa de las más elegantes aceras. Aquél fue un lanzamiento brusco y definitivo, una ascensión en la celebridad de la galantería, engolfándose en las locuras del dinero y en las audacias cenagosas de la belleza. Un abandono en el vestir, calculado y como involuntario, de exquisita elegancia, una distinción nerviosa de gata de raza, una aristocracia del vicio, soberbia, rebelde, poniendo el pie sobre París, como dominadora omnipotente. Cuando apareció a la entrada de la pista, con dos pastillones montados en los caballos de la izquierda, y dos lacayos inmóviles en la zaga, prodújose un tumulto entre la muchedumbre, como cuando pasa  una reina. Llevaba los colores de la caballeriza de Vandeuvres, azul y blanco, con una toilette extraordinaria: el corpiño y la túnica de seda azul, ceñidos al cuerpo, y levantados tras de los riñones por un polisson enorme, lo cual dibujaba los muslos de una manera atrevida, en aquella época de vestidos holgados: la falda de raso blanco, y todo ello adornado de una franja de plata que resplandecía al sol”.
Hay momentos en la vida en que se nos da a elegir entre lo bueno y lo malo; pero la mayoría de las veces no se sabe con exactitud si uno hace mal al tomar el camino del bien. Yo sólo escuché a mi corazón y éste me apartó del vicio de un amor ardiente. Pero hasta que punto se puede uno perder en el abismo de unos besos apasionados y no querer ya nada más que esos labios. Es aquí en donde se olvida la virtud. Y quién me dice si no es una virtud sentir que uno puede tocar el cielo con un beso, sin embargo, la pasión lo abraza todo como el fuego. Naná tomó el camino del lujo y del placer y muchos podrían decir de ella que fue una mujer que mientras vivió se dedicó a dar amor, pero qué pasa con aquellas mujeres que se aferran a no caer en el vicio de una pasión arrebatada y esperan la llegada de un príncipe azul hasta el fin de sus días; ¿a éstas se les podría llamar mujeres frívolas o mujeres que no saben dar amor?
“La mosca de oro, era la historia de una muchacha, vástago de cuatro o cinco generaciones de borrachos, de sangre viciada por una larga herencia de miseria y de embriaguez, que se transformaba en ella en un desarrollo nervioso de su sexo de mujer. Había crecido en un arrabal, sobre el embaldoso parisiense; y alta, y bella, de carne soberbia, como planta de pleno estercolero, vengaba a los indigentes y abandonados cuyo producto era, con ella, la podredumbre que se dejaba fermentar en el pueblo, subía y corrompía a la aristocracia. Venía a ser como una fuerza de la naturaleza, un fermento de destrucción, sin quererlo ella misma, corrompiendo y desorganizando a París entre sus muslos de nieve. Y al final del artículo, figuraba la comparación de la mosca, una mosca color de sol, remontando el vuelo desde la basura, una mosca que libaba la muerte en los cadáveres arrojados a lo largo de los caminos y que, zumbando, danzando, lanzando un resplandor de pedrería, envenenaba a los hombres con sólo posarse sobre ellos, en los palacios donde entraba por las ventanas”.
En este fragmento Zola nos muestra al ser monstruoso que puede llegar a ser una mujer muy bella, cuando las circunstancias y los hombres le confieren un poder, tanto sexual como social. El monstruo crecerá con su orgullo y su altivez hasta perderse en un mundo de placeres y voluptuosidades que los mismos hombres fomentan. Aún en nuestro actual modo de vida este tipo de mujeres siguen ascechando con aires de grandes damas, ¿y en dónde están las verdaderas damas? Las damas son inadvetidas, la mayoría de las veces, se las tacha de aburridas y abnegadas.
“¿No existe ya la virtud? Porque, desde los más encopetados, hasta los más bajos, todos se revolcaban en el cieno. En cuanto a Fontan, afectaba indiferencia con ademán frío, pues no entraba en sus principios murmurar de una mujer a quien había amado; en el fondo, en su antiguo capricho trocado en odio, le conservaba un rencor feroz contra sus abnegaciones, contra su belleza, contra aquella existencia en común que había desdeñado por una perversión de sus gustos de monstruo. Se le ocurrían candideces; acusábase a sí propio, imaginando que ella no le hubiera engañado si la hubiese amado de veras. Su angustia se hizo intolerable, y fue muy desgraciado. Era como el escozor de una herida antigua; no ya un deseo ciego e inmediato, que se aviene a todo, sino una pasión celosa por esta mujer, una necesidad de ella sola, de sus cabellos, de su boca, de su cuerpo todo que le dominaba. Satin, sobre todo, tenía buen olfato. Las noches húmedas, cuando París mojado exhalaba un olor insípido de gran alcoba no muy limpia, sabía que este tiempo lánguido, esta fetidez de los rincones lóbregos, enardecía a los hombres. Y acechaban a los mejor vestidos, leyendo el deseo en sus ojos. Era como una ráfaga de locura carnal pasando por encima de París”.
Es más perverso el que fomenta la perversión que el que la exhibe. El hombre es la perdición de la mujer, desde la perspectiva de esta novela, aunque parezca lo contrario. El hombre es insasiable de placer que no le importa perderse y perderlo todo, su dignidad y porqué no decirlo, también su dinero. Y pese a ello se pone digno y le pide exclusividad, siendo una mujer de todos. “¡Mira, apuesto cien luises a que a todos los que se han guaseado los traigo aquí a que laman mis pisadas...! ¡Sí, voy a hartarte de gran señora a tu estúpido París!” Y el amor no puede existir cuando se paga por tenerlo.
“—Tengo miedo de morir...! ¡Tengo miedo de morir! A Muffat le costó gran trabajo para desasirse. Él mismo temía ceder al arrebato de locura de aquella mujer, pegada contra su cuerpo, con el azoramiento contagioso de lo invisible; y la hacía entrar en razón: poseía una salud envidiable; lo que debía hacer, sencillamente, era conducirse bien, para merecer un día el perdón de sus culpas. Naná meneaba la cabeza; verdad era que no hacía daño a nadie pero todas las mujeres que, sin estar casadas, tenían hombre, iban al infierno”.
Yo, todo este tiempo busqué el amor y conforme me internaba en las mentes de los hombres, buscando un poco de admiración hacia la mujer que tenían de compañera, me quedaba atónita ante sus deseos carnales. Eso es lo que importa más en una relación de pareja, eso está ante todo lo demás que pueda llamarse compartir. Y si una mujer no muestra su lado erótico abiertamente, queda exiliada de este tipo de relación humana y se la mira como enferma o mojigata. Desde mi particular punto de vista, el matrimonio es sagrado, y el infierno se vive cuando uno se casa sin amor.
“Todo eso se hizo para ser roto... ¿Ves este abanico? ¡Ni siquiera está encolado! Tomó en sus manos un abanico, tiró de las varillas, y la tela se desgarró en dos. Esto pareció excitarla. Para demostrar que se burlaba de los demás regalos, desde el momento en que había roto el suyo, se proporcionó el gustazo de un destrozo, golpeando los objetos, probando que no había allí nada sólido y destruyéndolos todos. En sus claros ojos encendíase un fulgor; y entreabriendo los labios, mostraba sus blancos dientes. Después, cuando estuvieron todos los regalos hechos añicos, atacada nuevamente de su loco reir, golpeó la mesa con sus manos abiertas y ceceó, con voz de granuja: —¡Se acabó! ¡No queda ninguno! ¡No hay más!” “No le bastaba destruir las cosas; era preciso que las ensuciase. Y él, imbécil, se prestaba a este juego. Cuando ella le tenía en su alcoba, con las puertas cerradas, se recreaba con la infamia del hombre”.
Todo exceso tiene sus consecuencias. La abundancia llegó a Naná y con ella el aburrimiento y el desprecio. Hasta este nivel de locura se puede llegar después de haberlo tenido todo y estar vacía por dentro. El acto de romper los objetos es un acto de desprecio, pero no hacia el objeto, sino hacia los hombres que le hacían regalos. Nada era gratis en la vida. De acuerdo a la cantidad de regalos que ellos dan, en ese mismo grado ella les daría su amor.
“Esa desvergonzada que se acuesta con todo el mundo, que arruina a unos, que hace que los otros mueran, que causa penas a tanta gente”. “—Pueden decir cuanto quieran; no es mía la culpa. ¿Soy acaso mala yo? Doy todo lo que tengo; ni siquiera aplastaría una mosca... ¡Ellos son, sí, ellos...! Nunca he querido contrariarlos. Se colgaban de mis vestidos, y he aquí que hoy revientan, que mendigan, y entonan la cantilena de la desesperación —y luego, parándose ante Labordette, añadió—: ¡Esto no es justo! La sociedad está mal hecha. Se acusa a las mujeres, cuando son los hombres quienes exigen demasiado... ¡Mira!, a ti te lo puedo confiar ahora: cuando estaba con ellos, maldita la gracia que me hacían; ninguna, absolutamente. Muy al contrario, me fastidiaba, ¡palabra de honor...!  ¡Y basta! En resumidas cuentas, si han dejado su moneda y su piel, suya es la culpa. Yo no tengo que ver en eso. Y mientras que en una apoteosis su sexo ascendía y resplandecía sobre sus víctimas tendidas, parecido a un sol naciente que ilumina un campo de matanza, conservaba la joven su inconsciencia de bestia orgullosa, ignorante de su obra, ¡buena muchacha siempre! Así, pues, soñaba ya algo mejor; y partió elegantemente vestida... Por última vez, limpia, sólida, renovada, como si aún no hubiese pecado”.
Así, desde el punto en que uno vea las cosas, todos somos víctimas de nuestros propios actos y a veces nos toca interpretar el papel de esposa fiel y otras el papel de amante, sin que esto signifique que una sea buena o mala. Naná finalmente fue una mujer que supo aprovechar todo lo que tuvo a su alcance, gracias a tres de sus grandes virtudes: su belleza, su erotismo y su inteligencia.  Hace unos días el destino me hizo caer en mi propia trampa. Yo deseaba ser una esposa fiel, pero carecía del atractivo erótico que mi amado buscaba en mi y pensé que el me tenía en el concepto de mojigata, así que le describí con palabras mi lado erótico, creyendo en que los actos son los que nos ponen en peligro y no las palabras: el primer beso que recibí de tus labios es lo más intenso que he vivido y cada que lo recuerdo, me estremezco. Nunca en mi pasión alguna me desató el deseo. ¡Qué sensación! Aún la puedo tener aquí, ahora, en mis labios. El universo entero se derramó en mi ser con ese contacto que realmente fue mágico, me fui a dormir y tuve una sacudida terrible a media noche, como si estuviese poseída por el fantasma de tu pasión, después del frío vino un calor indescriptible, tan abrazador como las llamas del infierno y tan reconfortante como la paz del paraíso, todo en un mismo instante. Esas fueron mis palabras y después de que las leyó, me pidió una cita y me dijo: quiero que seas mi amante. Yo no entendí en ese momento sus palabras ya que días antes me describió que una amante es la que ama. Días después me enteré que se había casado hace dos años. Entonces los papeles se cambiaron. Yo me consideraba una mujer digna, incapaz de hacer un mal y ahora comprendo que por unos días fui una amante y además fui yo quién provocó esa situación.
“Naná quedaba sola, boca arriba, a la claridad de la bujía. Era un osario, un montón de humores y de sangre, una paletada de carne putrefacta, arrojada allí sobre un colchón. Las pústulas habían invadido toda la cara, tocándose unas con otras; y marchitas, hundidas, con su agrisado aspecto de lodo, parecían ya un enmohecimiento de la tierra sobre aquella papilla informe, donde ya no existían rasgos. Un ojo, el izquierdo, había desaparecido completamente en el hervor de la purulencia; el otro, medio abierto, se hundía como un agujero negro y corrompido. La nariz supuraba aún. Toda una costra rojiza partía de una mejilla e invadía la boca, estirándola en una sonrisa abominable. Y sobre aquella máscara horrible y grotesca de la nada, los cabellos, los hermosos cabellos, conservando sus reflejos de sol, corrían como chorros de oro. Venus se descomponía. Parecía que el virus recogido por ella era el arroyo de las calles, sobre las carroñas toleradas, ese fermento con que había emponzoñado a un pueblo, acababa de subírsele al rostro y lo había podrido”.
¡Mirad a la belleza muerta! Tarde o temprano llegará nuestro fin y Dios nos cobrará todos nuestros pecados. Si en vida Naná fue una mujer bella, estando muerta comenzó a reflejarsele en el rostro su alma roída por sus malos actos, sin embargo, a este tipo de mujeres sumamente hermosas se las recuerda siempre y su vida trasciende como si verdaderamente hubiesen sido virtuosas.

Graciela Mejía González  (Dedicado a Franco Ghierali).

Ver: Naná o la mujer ante el espejo, Édouard Manet  http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/nana-o-la-mujer-ante-el-espejo-edouard.html
La imagen del vicio y la virtud en la literatura decimonónica  http://vieliteraire.blogspot.com/2012/05/la-imagen-del-vicio-y-la-virtud-en-la_5969.html
Madame Bovary, Gustave Flaubert  http://vieliteraire.blogspot.mx/2015/06/madame-bovary-gustave-flaubert.html
Los miserables, Víctor Hugo  https://vieliteraire.blogspot.mx/2017/03/los-miserables-victor-hugo.html
Teresa de Marsanne  http://vieliteraire.blogspot.mx/2011/12/teresa-de-marsanne.html